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¿Y de la tierra, qué?
Varios hemos llegado a concluir una de las mayores enseñanzas universales.
Miércoles, 24 de Abril de 2019

Por andar ocupado con Sancho y  don Quijote, no le paré bolas al Día de la Tierra, que se celebró hace pocos días. Le presento excusas a nuestro planeta y aquí van algunas consideraciones sobre ella.

Antes de crear al hombre y a la mujer, Dios creó todo lo que ellos iban a necesitar: La luz, la noche, el cielo y la tierra y todo cuanto en estos se contiene. Separó el mar de la tierra, y entonces, con árboles y animales y ríos y todo lo demás, hizo al hombre.

Lo que quiere decir que la tierra es más viejita que el hombre y, sin embargo, sigue dando vueltas por el universo. Sin caerse y sin emborracharse. No le da tontina, como decía mi mamá, cuando montaba en carro.

En la escuela aprendí que la tierra es redonda como una naranja. Esto significa que si salgo de Cúcuta por el Indio, y me voy a recorrer el mundo, pasando por Roma (todos los caminos conducen a Roma) y por Cafarnaúm (aquí y en Cafarnaúm, dicen los tratadistas), y si sigo la dirección correcta, volveré a llegar a Cúcuta, pero entrando por San Rafael. Porque la tierra es redonda.

He llegado a esta conclusión, después de estudiar a Cristóbal Colón, que se topó con las Indias (las Orientales), precisamente por la redondez de la tierra.  En Cien años de Soledad, José Arcadio Buendía también llegó a la misma conclusión: La tierra es redonda como una naranja.

Como se ve, varios hemos llegado a concluir una de las mayores enseñanzas universales: Si partimos del punto A, caminando en la dirección correcta, volveremos a llegar al punto A, lo cual no sucede ni en Marte, ni en Venus, ni en ningún otro planeta.

A la tierra le debemos mucho, por no decir que le debemos todo. Si no hubiera habido tierra cuando la creación, tampoco hubiera habido barro, y sin arcilla Dios no hubiera tenido materia prima para hacer al hombre. Digo al hombre, porque a la mujer la hizo de una costilla, es decir, de hueso. Por eso nos encartamos a veces con las mujeres. Son un hueso, difícil de roer.  Sin el barro del Paraíso, el Creador hubiera tenido que hacernos de vidrio, o de oro, o de piedra, ¡Qué piedra!

El agua que bebemos, la papa que comemos, los paisajes que miramos, las frutas que saboreamos, todo existe porque existe la tierra.

La señora del aseo tiene su trabajo en la oficina y en algunas casas, precisamente por la tierra. Por la tierra que entra de la calle y que ellas limpian solícitamente todos los días.

Necesitamos la tierra para construir edificaciones de ladrillo o casas de bahareque o de tapia pisada. Las casas de cartón o las de madera se las lleva cualquier derrumbe.

Cuando en los hogares el hambre acosa, los niños se ven obligados a comer tierra. “No coma tierra, me decía mi mamá, que se vuelve imbombo y barrigón, como el hijo de la vecina”.

Pero la tierra también tiene sus peros. Cuando llueve mucho, la tierra se rueda. Cuando  tumban árboles, la tierra se rueda. Cuando hace mucho sol, la tierra se agrieta. Cuando hay terremotos, la tierra se agrieta.

Debemos portarnos bien con la tierra, es la enseñanza que debemos sacar de esta festividad en su honor,  que se le celebró hace poco.

Dicen que cuando el descubrimiento de América, don Juan de la Cosa gritó “Tierra a la vista”. Un marino que lo oyó, se agachó, cogió una manotada de tierra y se la lanzó a los ojos. Chiste viejo y malo, pero que puede ser real y efectivo en caso de una pelea.

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