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Zócimo y su Nacional de Comercio
A ver, paisano. No es la Nacional de Comercio. Así se llamaba antes, cuando usted estaba chiquito. Ahora es Instituto Nacional de Comercio.
Lunes, 7 de Enero de 2019

A Zócimo Ramírez le sonríen los labios, el bigote y los ojos cuando me  lo encuentro en la calle. Es habladorcito, buena gente y sencillo, como buen campesino de Sardinata. Va a misa todos los domingos, comulga de cuando en cuando,   y en su oficina no falta el Cristo, la Virgen y otros santos.

Me lo encuentro en un puesto de venta de mandarinas, reclamándole al vendedor: “Las mandarinas de la semana pasada estaban muy dulces, y yo soy diabético”. El de las frutas sonríe porque sabe que el señor rector le está mamando gallo, tal vez para decirle que las mandarinas estaban cerreras o demasiado ácidas.    

Compartimos una mandarina, a la sombra de un oití, y,  después de preguntarle por la tierrita, le indago por la Nacional de Comercio donde él es rector, desde hace un jurgo de años. Me mira fijamente, se limpia el bigote engrudado de dulce cítrico, arroja las cáscaras a una caneca para la basura, y me dice, poniendo cara de serio:

-A ver, paisano. No es la Nacional de Comercio. Así se llamaba antes, cuando usted estaba chiquito. Ahora es Instituto Nacional de Comercio.

Después del regaño, sonríe y me invita al colegio. Estamos a cuadra y media, y nos vamos, saboreando sus cuentos de infancia y una segunda mandarina. Hablamos del escritor Pedro Cuadro Herrera, que también fue rector del Instituto, y quien dejó muy buen nombre en la institución, como rector, como educador y como persona. Y luego se suelta a hablar de su colegio. Habla más que un perdido cuando aparece, decían los abuelos. Y eso le pasa a Zócimo, pero con razón y con orgullo, porque el Instituto Nacional de Comercio de Cúcuta es, hoy, bajo la dirección de Zócimo Ramírez Mantilla, uno de los mejores colegios del departamento y figura a nivel nacional en los primeros puestos.

El rector no se cansa de hablar y de resaltar los logros del Instituto, a nivel nacional, departamental y municipal. Y no es cháchara. Con documentos en mano, muestra las cifras y los reconocimientos: primer lugar en esto, primero en aquello, primero a nivel nacional,  entre los tres primeros, entre los diez mejores del país. De los mejores en las Pruebas Saber, de los mejores en Ser pilo paga, primer premio nacional a la excelencia educativa, primero y primero y primero.

Zócimo se toma un respiro y se da cuenta que yo, como él, tengo la boca seca de tanto tenerla abierta, escuchando tantas bellezas de un colegio nuestro y entendiendo que sí puede ser verdad tanta belleza. Entonces me ofrece un café, preparado por él mismo con el agua caliente que su mujer le empaca todos los días en un termito casero. Seguramente también ella es de algún pueblo y sus costumbres son sanas por lo pueblerinas. “Lleve, mijo, para que no vaya a tomar de cualquier café de la calle, hecho con agua de la llave y sin hervir”, le dirá su cariñosa mujer.  Y, de verdad, lo encontré sabroso, casi como café mercedeño.

Pero Zócimo no se da ínfulas de su gestión. Reconoce que eso es un trabajo conjunto de directivos y docentes. Se alegra de tener una excelente planta de profesores, una decidida colaboración de los padres de familia y un muy buen elemento estudiantil. Reconoce también que es un trabajo que se ha venido desarrollando desde antes de su rectoría, que rectores y profesores anteriores han sembrado sus semillas para que ahora se recojan los frutos. Me gusta esa modestia del licenciado Zócimo Ramírez, que habla muy bien de su grandeza como persona. Licenciado en Ciencias de la educación, especialista en administración educativa, magíster en planeamiento y gestión educativa, y otra cantidad de diplomas, medallas, certificados y reconocimientos. Y no se las da. ¡Tenía que ser de Sardinata!, municipio al que pertenece mi pueblo Las Mercedes.

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