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Agua pasó por aquí
Así las cosas, y abandonados de la mano de Dios, nos toca mamarnos unos calores intensos, como los de ahora, sin que nos caiga el maná del cielo, ni a las plantas les llegue el rocío de las auroras.
Jueves, 1 de Febrero de 2024

Hace ya varias semanas y hasta meses que no nos cae gota de agua. El Pamplonita, nuestro río insignia, desfallece de sed, los matarratones están marchitos y nuestras calles, llenas de huecos, exhiben impúdicamente sus vergüenzas, sin agua que cubra sus oquedades.

Antiguamente decían que san Pedro era el encargado de regular desde el cielo las  lluvias y los veranos de la tierra. Se decía que el santo controlaba el clima a su antojo, con una palanca de cambios. Pero parece ser que el modernismo también llegó al cielo, y a san Pedro le quedo grande manejar la plataforma digital, se le olvidan los códigos, los ajustes y las aplicaciones, y por eso el clima anda loco con sequías prolongadas o invernadas catastróficas.

Seguramente a él, hombre de peces y atarrayas, la tecnología lo apabulló inmisericordemente, igual que a nosotros, los de bastón y gorra.

Así las cosas, y abandonados de la mano de Dios, nos toca mamarnos unos calores intensos, como los de ahora, sin que nos caiga el maná del cielo, ni a las plantas les llegue el rocío de las auroras.

Agua pasó por aquí y cate que no te vi, ya no es la adivinanza del aguacate, sino la triste realidad. Pasó el agua, pasaron las lloviznas, y ¡cate! que no las vimos. Y lo más grave es que, según el almanaque Brístol, mi oráculo de cabecera, esta falta de agua se extenderá hasta marzo, o seguramente hasta abril, cuando entra en juego otro refrán: “En abril, lluvias mil”.

Recuerdo a mi nono, Cleto Ardila, en el mes de marzo, aprovisionándose como las hormigas, de hojas  de lucua, para tapar las goteras cuando llegaran los aguaceros de abril. La casa era de bahareque y techo de palma, y una noche de verano se quemó, dicen que por un tizón que quedó encendido en la cocina. Como no había bomberos ni  mangueras, el agua no pasó por allá, y la casa ardió a su antojo.

Conozco a una muchacha cuya casa se sostiene haciendo maromas en uno de los cerros de la ciudad. Ella teme que en invierno se le ruede, y aprovecha estos veranos largos para amontonar piedras, llantas usadas y costales viejos, en forma de muros que no le dejen rodar su vivienda cuando empiece a llover. Mientras nosotros hacemos rogativas para que llueva, ella ruega a Dios para que siga el verano.

Ahora que se nos está poniendo peluda la cosa, por la escasez de agua, las autoridades andan empeñadas en campañas de ahorro de agua: “No desperdicie agua, báñese acompañado”, dicen que dice.  “Báñese a totumadas en el patio”. “Es mejor oler a feo, que morir de sed”.

No conozco el decreto, pero aseguran que algunos alcaldes les prohibieron  a   los lecheros  que rindieran con agua las pimpinas de leche.  Y las malas lenguas dicen que el presidente Petro, para dar ejemplo de ahorro de agua, ahora se toma el whisky sin agua y sin hielo. Calumnias de la oposición, digo yo. Cada quien puede tomarse el trago que quiera y como quiera. Además, nada como hablar del cambio climático, empapado de un buen licor.

“Agua que no has de beber, déjala correr”, decían los antiguos.  Es decir, no la desperdicies, que más abajo hay otros que la necesitan. Los explicadores de refranes dicen que lo que significa es no meterse uno en chismes de los otros. Dejarlos pasar.

Yo lamento este verano por los fabricantes de aguardiente de mi pueblo. Sin agua en los  rastrojos ya no podrán hacer el más sabroso aguardiente de todos los aguardientes. ¡Qué falla! 


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