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Arroz con leche
“Arroz con leche se quiere casar/ con una señorita de la capital".
Martes, 13 de Julio de 2021

El tipo es un empresario. Empresario de calle. Como pudo se compró una bicicleta de segunda, la pintó de negro, le arregló los pedales, le parchó las llantas, le acondicionó una caja de madera en la parte delantera, en la caja acomodó una olla y la olla la llena de arroz con leche todos los días y el arroz con leche lo distribuye por la calles. Con la trompeta de la bicicleta va anunciando su producto y la gente de los barrios que ya lo conoce, hace cola para comprarle su sabroso producto.

Lo de la cola obligatoria es ahora por la pandemia. Don José María, que así se llama el arrozlechero, es muy respetuoso de los controles sanitarios que exigen, y no le vende al que no lleve tapabocas ni guarde el distanciamiento social obligatorio.

Don José usa bata blanca, doble tapabocas y un gorrita rojinegra, como buen cucuteño.

-¿Cómo van las ventas, don Chepe? –le digo.

-Regular, amigo, ese hp virus me corrió la clientela. Con decirle que yo vendía mis dos olladas en el día, y ahora a veces ni siquiera vendo una.

-Eso le está pasando a todo el mundo –traté de consolarlo. Mire: almacenes desiertos, bares cerrados, restaurantes vacíos. Y para darle ánimos le recité el comienzo de un poema del cubano Alexis Valdés: “Cuando la tormenta pase y se amansen los caminos, /y seamos sobrevivientes de un naufragio colectivo, /nos sentiremos dichosos tan sólo por estar vivos…”.  Se le humedecieron los ojos y me ofreció un vaso de arroz con leche.  

-¿Y quién le prepara el arroz? –le cambié el tema para no ponernos a llorar los dos.

Se sorbió los mocos y se limpió las lágrimas con el delantal blanco. Se recompuso y me dijo con orgullo: Yo mismo.

-Le queda muy sabroso –lo piropié.

-Es la fórmula de mi mamá. Me levanto a las tres de la mañana y hágale, mijo. Lo preparo desde la noche anterior y a la madrugada le meto candela al fogón de leña del patio de la casa. Ahí lo pongo a cocinar y a las 8 de la mañana arranco en mi Negra a camellar bajo este sol cucuteño.

-¿Y su familia le ayuda?

-No tengo familia- y siguió sirviendo arroz en silencio. Supuse que le había lastimado alguna herida y no quise continuar con la charla. Me despedí, le quise cancelar, pero no aceptó el pago (se salvaron las monedas que le había sacado al marranito), y me fui calle arriba pensando en la gente que sobrevive en esta pandemia trabajando o vendiendo lo que sea: dulces, cordones para zapatos, tapabocas, alcohol en frasquitos y cauchos para limpiarse los zapatos al regresar a casa, de la calle. En días pasados me encontré una señora vendiendo estampitas del beato José Gregorio Hernández con una oración especial contra la nueva cepa, es decir el Covid 21 (porque ya el Covid 19 pasó de moda).

Recordé que mi mamá, en ocasiones especiales, nos sorprendía con arroz con leche, que servía en totumitas que guardaba para momentos solemnes. Cuando mi papá le compró platicos dulceros, ya el arroz con leche servidos en esas nuevas vasijas de vidrio, no tenía la misma sabrosura.

Pero, sobre todo, el arroz con leche está muy ligado a mis recuerdos de infancia de escuela, por aquella ronda que la maestra Ana Luisa nos ponía a cantar cuando estaba de buen humor: “Arroz con leche se quiere casar/ con una señorita de la capital/, que sepa cantar, que sepa bailar/ y que cuando le toque, sepa cocinar”.

gusgomar@hotmail.com  

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