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Brasil, también polarizado
Brasil, gigante territorial y demográfico, está atrapado en la polarización. Bolsonaro representa una derecha extrema que niega oportunidades de integración societaria en un país de altísima inequidad.
Domingo, 9 de Octubre de 2022

Brasil, igual a lo ocurrido en México, Argentina, Perú, Chile y Colombia, enfrenta unas presidenciales bajo polarización, entre una derecha extrema y una izquierda radical. De ganar Lula, las seis economías más fuertes de la región estarían orientadas por la izquierda. De hecho, Brasil representa la 8ª economía del mundo, al paso que México ocupa la 11ª posición.

América Latina ha perdido siete décadas de oportunidades y desarrollo por los efectos de la Guerra Fría y sus coletazos posteriores. Sus naciones quedaron primeramente insertas en un fuego cruzado entre los intereses estadounidenses por contener el comunismo, sin preocuparse por el desarrollo de la región, y los intereses soviéticos, que veían en Cuba un soporte para expandir su ideología. Así, sus derechas, en lugar de entender los niveles de pobreza para proceder a cambios graduales, se tornaron recalcitrantes, apoyándose en dictaduras auspiciadas por Washington, que desencadenaron terror. Del otro lado, surgieron las guerrillas, como los Montoneros, Tupamaros, Sendero Luminoso, Farabundo Martí, Sandinismo, Alfaro Vive, Farc-EP, Eln, Epl y M-19. En Brasil, la más célebre fue el Comando de Liberación Nacional (Colina), que integró Dilma Rousseff.

La posibilidad de un centro progresista, con características socialdemócratas, quedó ahogada. En cambio, la desigualdad y pobreza crecieron de la mano de una explosión demográfica tardíamente controlada. En las ciudades de Brasil, hoy el 25% vive en pobreza, y en áreas rurales hasta el 44%.

Aunque la Guerra Fría terminó con el colapso de la Unión Soviética, sus coletazos continúan. El acelerador neoliberal de los 90, derivado del Consenso de Washington, incrementó las desigualdades y tuvo como reacción algunos gobiernos de izquierda, representados en Chávez, Kirchner, Correa, Ortega y Evo, durante la primera década del siglo XXI, con resultados agridulces por desaciertos internos y presiones externas, lo cual llevó a la reconquista de la derecha en países como Argentina, Ecuador y Brasil, con Macri, Moreno y Bolsonaro.

La Ley del Péndulo, cuya fuerza sustentaron Galileo, Newton y Foucault, también explica, desde la sicología social, el comportamiento de los pueblos anclados en extremos, toda vez que exploran inevitablemente el lado contrario. Las naciones de América Latina parecen atadas a esa ley, en coletazo evidente de la Guerra Fría. Hoy en conjunto albergan 660 millones de personas, de las cuales 250 millones viven en marginalidad.

Brasil, gigante territorial y demográfico, está atrapado en la polarización. Bolsonaro representa una derecha extrema que niega oportunidades de integración societaria en un país de altísima inequidad. La opinión recuerda su desprecio a los indígenas y ambientalistas, su minimización del Covid19, su postura frente a la eutanasia y el aborto, sus ataques a los homosexuales, y su defensa de la dictadura de 1964, al punto que calificó la tortura de legítima, lo cual explica que tenga 4 demandas ante la Corte Penal Internacional. Aun así, obtuvo el 43.7% de los sufragios en primera vuelta, superando las predicciones. Al estilo Trump, ha proclamado su desconfianza en el sistema electoral, anticipando fraude si no gana.

 Lula representa la izquierda. Cuando dejó la presidencia en 2011, después de 2 mandatos, su aprobación era del 80%, lo cual refleja logros, entre los que destacan sacar a 20 millones de la pobreza y revitalizar la industria petrolera. Pero vendrían escándalos de corrupción, lo que condujo a 300 arrestos de funcionarios suyos. Lula fue condenado a 20 años de prisión por Sergio Moro, juez federal parcializado. Las irregularidades llevaron a la Corte Federal a anular el proceso, devolviéndole la libertad y derechos políticos.

En ese ambiente de polarización, los brasileños irán a las urnas el 30 de octubre. La derecha, junto al capital y gran parte de los medios, impulsa a Bolsonaro, al paso que las clases populares añoran a Lula. Los centristas, por millones, se dividen entre quienes no confían en Lula, y quienes detestan a Bolsonaro. La paradoja latinoamericana sigue, porque el centro decide y los extremos gobiernan.  

jaime.bue@hotmail.com

 

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