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Cuando los días eran de cristal
La esencia de las palabras era -por sí sola- una canción.
Lunes, 22 de Enero de 2024

En aquellos días los instantes nobles duraban más, con tiempos y espacios afectuosos, con el viento llevando y trayendo la esperanza, y la luna vigilando la sonrisa apacible del ambiente.

La esencia de las palabras era -por sí sola- una canción: tienda, botica, cucarrón, trenza, sereno, campana, mandado, mecedora, hamaca, con un encanto que cronometraba los deberes en el lento tic-tac del reloj de pared.

El recuerdo se dejaba consentir en las casas con un eco lugareño, casi de fábula, y los valores surgían cariñosos del saber popular, como un refrán o una profecía, en crónicas que emergían innatas de la espontaneidad.

Los mayores eran alfareros de una epopeya circular, transferida a unas generaciones comprometidas en la solemnidad de imitar su ejemplo y, así, merecer la dignidad de ser Don, o Doña.

Era la historia fluyendo de un abuelo, o del escenario magistral de una esquina que hacía de teatro ambulante, donde se representaban las tradiciones y el cielo, azul de sol, engalanaba la belleza de la ciudad.

Las ilusiones recogían en sus pliegues cariñosos los buenos hábitos, como queriendo guardar, para siempre, las cosas bonitas en la bondad del corazón, con una nostalgia que aún susurra por los barrios, añorando una inspiración de cristal que coloree de nuevos los sueños.

Epílogo: ¡De cuándo a acá lo perdimos todo! … ¡No presentíamos que iba a desaparecer! .... Era un mito maravilloso, difícil de creer… ahora. 


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