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Cuento de Navidad – Los Aguinaldos (IV)
Croniquilla
Lunes, 2 de Enero de 2023

Cuando el alboroto se calmó, Rosalba reconoció el triunfo de su amigo: “Me ganaste, Armando”- le dijo. Y los dos se estrecharon en un largo abrazo. Armando aprovechó el momento para susurrarle al oído: “Más que los aguinaldos siempre he pretendido ganar tu corazón. Tú no ignoras cuánto me agradas y que te he querido en silencio desde hace mucho tiempo. Ahora solo necesito saber si soy correspondido”. Rosalba respondió a la breve declaración de amor mirándolo a los ojos, sonriendo y estampando en su boca un ligero beso. A continuación  le dijo: “te espero a cenar en mi casa después de la misa de medianoche”.

En aquellos tiempos sí se celebraba la natividad de Jesús como mandaba el ritual romano: muy cerca de la medianoche del 24 de diciembre. Por ello, la ceremonia comenzaba a las once de la noche para cantar el “Gloria in excelsis Deo” al llegar las doce. A esta precisa hora las campanas se echaban al vuelo, la banda municipal entonaba el himno nacional, los voladores, morteros y recámaras retumbaban y llenaban de humo hasta la iglesia, y los niños vestidos de pastores y pastoras cantaban “¡Viva, viva, Jesús mi amor! ¡Viva, viva, mi Salvador”. Por una cuerda bajaba desde el coro hasta el altar una canasta en que reposaba una imagen en porcelana del Niño Dios. El sacerdote recibía la imagen y la presentaba en alto a la concurrencia que celebraba con un prolongado aplauso. Luego los feligreses desfilaban para besar al Niño Jesús. En ocasiones representaba la escena de la natividad una pareja de jóvenes casados cargando un recién nacido.  

Terminada la misa se reanudaban en el parque y las calles los juegos con la vaca de candela y los disfrazados, la elevación de globos, la quema de pólvora al por mayor, y el estallido de petardos, totes y martinicas por los muchachos. La banda municipal continuaba en el atrio de la iglesia tocando hasta el amanecer.

Los padres de Rosalba poseían una hermosa casa por una calle arriba del parque. En un rincón de la sala habían preparado el pesebre sobre una amplia mesa cubierta de fresco musgo traído del campo en un tradicional paseo. Era tierna la casita bajo la cual estaban las finas figuras de José, María, el Niño, la mula, el buey y el ángel. Sobre una colina lucían las casas de techo redondo de Belén. Todo aquello iluminado por ristras de bombillitos de colores. En el otro extremo de la sala se erguía el árbol de Navidad elaborado con un tronco seco, traído también el día del paseo para recoger el musgo. Trocitos de algodón simulaban la nieve sobre el árbol. Bolas de vivos colores, serpentinas de papel brillante  y luces intermitentes, entre otros elementos, lo decoraban.

Cuando Armando llegó, ya la mesa estaba servida. ¡Provocaban esas bandejas y fuentes con gallina y papas sudadas,  con tamales, natilla, buñuelos en miel y dulce de conserva y una gran jarra con la tradicional chicha de nochebuena!

Continuará…

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