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De la mamadera de gallo
Cúcuta se ha hecho famosa por los pasteles de garbanzo, por la garra -ya estéril- de los motilones y por la costumbre de mamar gallo, aunque no somos los únicos ni los primeros en hacerlo.
Jueves, 30 de Noviembre de 2023

La semana pasada se celebró -según Huguito, mi asesor de cabecera-, el día del humorista, es decir, de todo el que hace reír. Humorista es el que echa chistes, el payaso (que hace reír aunque por dentro esté llorando) y el que escribe poniéndoles tintes de alegría a sus palabras o un poco de picante.

Si así fue la cosa, esta columna estuvo de plácemes, pero nadie le dijo ni mu. Soy de los que repiten que “al mal tiempo buena cara”, convencido de que “el que sonríe y canta, los males espanta”.

Cúcuta se ha hecho famosa por los pasteles de garbanzo, por la garra -ya estéril- de los motilones y por la costumbre de mamar gallo, aunque no somos los únicos ni los primeros en hacerlo.

Alguna vez un cura me regañó porque escribí en una de mis columnas que Dios había sido el primer mamador de gallo. Lo dije con todo respeto, pero me parece que la mejor mamadera de gallo divina fue haber creado a la mujer, de un palo de costilla del sufrido Adán.

Para hacer algo tan bello como son las mujeres, Dios hubiera podido disponer de un pedazo de cielo, o juntar las más hermosas flores del paraíso, o cantar un tierno bolero lleno de amor y de ternura. Pero no. Acudió a algo tan basto como una costilla. ¿No es eso una mamadera de gallo? Y para colmo de males, durmió a Adán, el único testigo que podía dar fe de lo que había sucedido. Adán ni siquiera se quejó. Sólo sintió un vacío, al despertar, en la espalda, pero de inmediato lo olvidó al ver semejante vieja de 90-60-90 (las medidas cambian pues las puede haber de 90-90-90), que lo atortoló, lo enamoró y hasta lo hizo pecar.

Hace algunos años, para un año nuevo, en que se desean los mejores deseos, cierta amiga me preguntó si ese año pensaba seguir mamando gallo.

La miré muy serio y le pregunté:

-¿Por qué me lo dice?

-Porque me gusta como lo hace.

-¿De verdad?

-Pa Chucho que sí -me respondió-. Ese tonito burlón que utiliza cuando escribe, ese ají que le pone a lo que dice y a lo que no dice, esa mamaderita de gallo es encantadora.

Hizo una pausa, pasó saliva, me picó el ojo y continuó:

-A usted le gusta hacernos sonreír. Dios le guarde su estilo y siga así.

Le di las gracias y me fui pensando en cuánto bien se puede hacer con el buen humor, en un mundo lleno de violencia, de odios, de amargura.

Y es que de todo hay en la viña del Señor. Uno se topa en la calle con gente amable, gente risueña, gente que saluda, gente que da la mano con fuerza, como debe ser. Los sicólogos y los viejólogos dicen que cada vez que uno sonríe, le alegra la vida al otro y se la alegra a sí mismo. Aconsejan todas las mañanas mirarse al espejo, darse palmaditas en el hombro, sonreírse a sí mismo, sacarse la lengua y hacerse gestos. Pueda que la mujer lo tilde de loco cuando escuche las carcajadas, pero no importa. Ese día las cosas van mejor. Seguro.

Pero también hay gente que va por la calle, llena de resentimiento y de amargura, dándole pata a las piedras del camino. Gente que nunca sonríe, que cuando alguien les dice “Buenas” responden: “¿Qué tienen de buenas?”. Gente que no se aguanta ni a sí misma. Que no sabe mamar gallo. Esos seguramente son petristas. Y la amargura los carcome.  


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