Hace pocos días murió en una cárcel en Siberia, probablemente el mayor opositor y preso de conciencia ruso, me refiero a Alexéi Navalni, valiente opositor del autoritario presidente Putin.
Poco antes, hubo una publicitada entrevista muy estudiada y trabajada por el Kremlin, para que el líder ruso saliera bien parado, cuestión garantizada porque quién la hizo fue el periodista ultraconservador norteamericano Tucker Carlson, conocido por su cercanía al expresidente Donald Trump, que como es sabido, es un gran amigo de Putin.
Ambos hechos ocurrieron cuando se cumplen dos años de la invasión rusa a Ucrania, que según estimaciones occidentales le ha significado a Moscú más de 300 mil bajas, mientras las ucranianas suman por sobre 400 mil, entre los cuales se contabilizan 25 mil civiles muertos como consecuencia de los criminales bombardeos sobre ciudades y aldeas, que estando totalmente proscrito por el Derecho Internacional Humanitario, parecieran no importar en este convulso y cínico mundo.
La tragedia humanitaria se completa –según Naciones Unidas– con más de 7 millones de desplazados ucranianos que han migrado, especialmente niños y mujeres a otros países de Europa. Así, entre la indiferencia de algunos grandes, los constantes vetos rusos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, han hecho que este organismo creado para preservar la paz, ante conflictos como este, o el genocidio israelí en contra del pueblo palestino en Gaza, aparezca como inoperativo, mientras esta guerra de “desgaste”, que se creía no duraría ni una semana ante la superioridad bélica rusa, ya va por más de setecientos días sin avizorarse su pronta terminación.
Una de las consecuencias, de la bien montada entrevista antes aludida, es que la relación entre Europa occidental, Estados Unidos y otras potencias con Rusia, tendera a empeorarse, más ahora que el jerarca se hará reelegir en marzo venidero. Sobre este particular valga tener presente que para ser nuevamente candidato a la presidencia se le debió torcer el sentido a la Constitución rusa, que antes de la revisión constitucional de 2020, prohibía que la misma persona ocupara el cargo de presidente de Rusia más de dos mandatos consecutivos, lo que permitió a Vladímir Putin convertirse en presidente en 2012 para un tercer mandato no consecutivo con sus mandatos anteriores. La reforma constitucional estableció un límite estricto de dos mandatos en total. Sin embargo, los mandatos cumplidos antes de la revisión constitucional no cuentan, lo que le da a Vladímir Putin la elegibilidad para dos mandatos presidenciales más.
Loa autócratas no tienen limite en sus ambiciones, lo cual es constatable con esta guerra en que Putin con semblante y aspiraciones imperiales, pretende que la República de Ucrania desaparezca de la faz de la tierra. A ello, el presidente ucraniano Zelensky declaró en un acto celebrado el pasado 24 de febrero que “…hemos estado luchando por 730 días de nuestras vidas (…) Cualquier persona normal desea que la guerra termine, pero ninguno de nosotros permitirá que Ucrania termine”.
Sin duda que las fuerzas armadas ucranianas están desgastadas y enfrentadas a serios problemas para reclutar contingente de reposición. A ello, se debe agregar la lentitud y las vacilaciones de sus aliados occidentales a la hora de concretar sus promesas de ayuda militar y económica, sin las cuales la continuidad de la guerra del lado ucraniano es inviable.
Pareciera, que nos acercamos al momento de la derrota ucraniana, máxime que las probabilidades de que Estados Unidos vuelva a elegir presidente a Donald Trump, hacen que las perspectivas para Ucrania sean aún más sombrías dada la amistad y admiración de este por Putin.
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