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Él con él, ella con ella y viceversa
El título de esta columna no es mío, sino la respuesta de alguna reina que no sabía lo que decía ni supo lo que dijo.
Lunes, 22 de Agosto de 2016

El título de esta columna no es mío, sino la respuesta de alguna reina que no sabía lo que decía ni supo lo que dijo, cuando los jurados le preguntaron algo sobre lo que han dado en llamar identidad de género. La recordé ahora, cuando vi a la ministra Parody tatareteando frente a la televisión,  para salir del embrollo de su borrador de cartilla sobre lineamientos sexuales.

Y recordándolas a ambas, recordé la ayuda que me pidió una prima en diciembre pasado en relación con un matrimonio al que la habían invitado.

-Primo –me dijo Marta Isabel- ¿qué les doy de regalo si son dos hombres que se casan?

-¿Ah? –dije yo, aún sin aterrizar por el impacto.

-Mire, aquí tiene la tarjeta.

Sin lugar a dudas. La tarjeta decía: “Joaquín Ascanio y su esposa Josefita de Ascanio, y Anselmo Vargas y Enriqueta de Vargas, tienen el gusto de invitarlo (a) al matrimonio de sus hijos Richard y Freddy, ceremonia que tendrá lugar…”

-¿Qué amiguitos los suyos, no, prima? –le dije.

Salí regañado. Me dijo que yo era un dinosaurio, que vivía en la época de las cavernas, que yo debía ser correligionario del procurador Ordóñez, que ella había creído que yo me había civilizado, pero que se había equivocado, y terminó con lo que pretendió ser un golpe bajo para sacarme del rin: “Y hasta uribista será”.

-¿O sea que usted es de las mismas, prima? –Y le reposté con un golpe en pleno mentón: “No creí que nuestra sangre se hubiera mancillado”.

Entonces Marta Isabel se me vino bajito. Como ahora anda metida en un grupo que se llama “Adelante con el sí”, con un buen sueldo y mejores viáticos, tal vez creyó que era mejor no perder mi supuesto voto, por lo que  me dijo con dulzura: “Primito, no vamos a discutir por pendejadas. Lo que quiero es que me aconseje un buen regalo para una pareja de hombres”.

Hicimos las paces, pero no supe qué aconsejarle, aparte de un sobre con un billetico de los nuevos. Días después le pregunté cómo le había ido con la boda y me contó que la habían suspendido.

-¿Y esa joda? –le pregunté, interesado en el chisme.

-Tuvieron problemas desde los preparativos. ¿Quién llevaría velo de novia con la cara cubierta y cola larga de bordados y de encajes y brillantes de color? ¿Sería un vestido con escote en V, con estraples y la espalda destapada? ¿Y los bastos pelos de la espalda? ¿Quién llevaría el ramito del hombre en la solapa?  ¿Los papás de quién le harían entrega de su hijo al otro?  

El asunto se complicó en la iglesia cuando el cura les preguntó quién era la mujer. Ninguno aceptó serlo, pues ambos eran hombres que querían unir sus vidas para siempre, respetándose y amándose y siéndose fieles, pero sin dejar de ser hombres.

El cura se negó a casarlos porque la epístola de san Pablo lo dice muy claramente: el matrimonio es un enlace entre un hombre y una mujer.

-De modo –terminó mi prima- que los invitados nos quedamos con los crespos hechos, sin fiesta y sin banquete, y los novios se quedaron sin luna de miel.

-Y sin  lluvia de sobres –añadí yo, sabiendo lo tacaña que es mi prima.

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