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La farsa de la constituyente
Si algo no necesita la economía del país, agobiada por los errores sistemáticos del gobierno, son más razones para la desconfianza de los mercados y los emprendedores.
Domingo, 17 de Marzo de 2024

Petro sostuvo el pasado viernes en Cali que “Colombia tiene que ir a una asamblea nacional constituyente [que] tiene que transformar las instituciones para que le obedezcan al pueblo”.

Es posible pero altamente improbable que pueda sacarla adelante. Y es casi imposible que, si consiguiera su convocatoria, obtuviera mayorías en ella. La Carta del 91 hizo mucho más difícil la reforma de la Constitución por vías diferentes a un acto legislativo en el Congreso. Para una constituyente exige que se apruebe una ley para convocarla, que esa ley sea sometida y salve el control por parte de la Corte Constitucional, y que al menos la tercera parte del censo electoral vote a favor de su convocatoria. 

No se ve cómo podría conseguir la ley en Senado y Cámara si ni siquiera puede lograr que le aprueben sus reformas. Pero aún si obtuviera la ley, los números son importantes: el censo electoral, actualizado a 5 de marzo de 2024, muestra 40,292,068 ciudadanos habilitados para votar. Para que se aprobara la convocatoria a la constituyente tendrían que votar a favor de ella 13.430.689, la tercera parte. Es decir, Petro necesitaría que sufragaran a favor de convocar una constituyente 2.138.703 ciudadanos más que los 11.291.986 que votaron por él en la segunda vuelta del 2022. Un 19% adicional. Dificilísimo para cualquiera pero aún más para un presidente cuya desfavorabilidad es el doble de su aprobación. Ahora, las posibilidades de que Petro tuviera mayorías en una constituyente son minúsculas.

Cabe preguntarse si Petro hizo su propuesta sin haber hecho estas consideraciones. Es lo más probable. Es irreflexivo y charlatán y con un micrófono en la mano dice cualquier disparate. Como sea, la propuesta de una constituyente, por un lado, refleja una creciente tendencia desinstitucionalizante por parte de Petro y, por el otro, introduce mayores factores de polarización e incertidumbre. Si algo no necesita la economía del país, agobiada por los errores sistemáticos del gobierno, son más razones para la desconfianza de los mercados y los emprendedores. Una propuesta de asamblea constituyente, viniendo del presidente, inevitablemente siembra más zozobra y frenará aún más la inversión y el consumo. Mala cosa cuando el crecimiento es ya miserable y la inversión ha caído una cuarta parte.

Petro, además, viene enviando preocupantes mensajes sobre las instituciones. Ataca la tecnocracia y nombra activistas de extrema izquierda sin formación ni conocimientos, pretende decidir a su capricho el gasto público y saltarse las reglas del Presupuesto, desconoce decisiones de la Procuraduría, manda a sus huestes a una asonada contra la Corte Suprema, pone en marcha una campaña de difamación contra la Vicefiscal, usa las superintendencias y el MinTrabajo para perseguir e intimidar, debilita a la Fuerza Pública mientras que con sus decisiones fortalece a los criminales e incentiva procesos de milicianización de indígenas, campesinos y jóvenes delincuentes, quiere hacer por decreto las reformas que le niega el Congreso, arremete contra los medios de comunicación, etc.

Quizás aún más grave, ha puesto en duda la legitimidad del sistema electoral. Los ataques al software de los comicios, con el cual se eligió y el Pacto Histórico consiguió el mayor número de congresistas, solo pueden explicarse por su afán de que haya una nueva aplicación que él controle o, en su defecto, iniciar desde ya un proceso de deslegitimación de los resultados del 2026. En adelante hay que tener especial cuidado en proteger a la Registraduría y al Consejo Nacional Electoral de las embestidas petristas.

Y, lo más importante, no hay que cejar en el empeño de desmontar la pretensión de Petro de apropiarse del “pueblo”. Es vital desenmascarar su afán de confundir la voluntad popular con sus intereses personales y políticos.


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