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La importancia de leer despacio
Le paré bolas a un churro de estos que me abordó. Al fin y al cabo, muchachas bellas no nos interrumpen los sueños callejeros eróticos todos los días.
Viernes, 15 de Septiembre de 2023

Mucho cuidado: no sólo en épocas de ferias o fiestas del libro, en cualquier momento, al salir de casa, al comer o al dormir, como diría el padre Astete, es posible tropezar en la calle con alguna audacia femenina que nos proponga un extraño negocio: la venta de la piedra filosofal (¿) para leer y comprender rápido.

Le paré bolas a un churro de estos que me abordó. Al fin y al cabo, muchachas bellas no nos interrumpen los sueños callejeros eróticos todos los días. "¿Señor, por qué me has hecho tan irresistible?", me pregunté cómo Cantinflas en una de sus películas, cuando la bella y siliconuda dama me invitó a que la acompañara a una plática a solas. Una matadita de ojo adicional alborotó mi durmiente líbido.

Miré en todas direcciones para cerciorarme de que ningún pariente inmediato, algún correveidile, fuera a ser testigo del pecadillo de incierta infidelidad que me proponía cometer.

Después de ordenarme que la siguiera, la chica se colocó delante de mí y golpeó mis averiadas dioptrías con sus caderas movedizas.

“¿En su actividad diaria usted lee?", fue la desoladora primera pregunta que me formuló. Yo esperaba algo más kamasútrico, como por ejemplo: ¿Estudias o trabajas?, ¿Leonardo Favio o   Palito Ortega?, ¿Beatles o Rolling Stones? como en la canción de los sesenta.

Pero no. A la bella todo lo que le interesaba de entrada era indagar si leía. Mi argentino ego quedó a la altura del betún. Con el rostro del tonto que entraba a una farmacia a comprar preservativos y terminaba adquiriendo un sobre de aspirina si lo atendía una dama, respondí con la peor de mis sonrisas: “Claro que leo, linda, ¿cómo por qué o qué?”.  Adobé las preguntas con una sonrisa imbécil de Casanova tercermundista, de Sisbén.

En cuestión de segundos, el pecado mortal que tenía al frente se dejó venir con un memorizado sermón sobre las bondades de leer rápido.  Se agachó un poco para enfatizar sus contundentes argumentos pectorales.

Sin permitir que su interlocutor respirara, se vino al final con toda su artillería pesada: si quería tener futuro, ser un hombre de éxito, una persona importante, de pronto hasta ministro o cónsul si queda algo por el estilo disponible todavía, no me quedaba otra  alternativa que leer rápido. El cursillo para ingresar al exclusivo club me lo daban casi regalado y en incómodas cuotas mensuales.

Sin tirar la toalla, me atreví a preguntarle a qué horas terminaba de vender métodos de rápida con la oculta intención de invitarla a un parsimonioso y señoritero cubalibre.

Nada. Tarde descubrí que estaba frente a toda una ayatola profesional de la lectura rápida que me bajó la caña - y la libido- .

Ante la imposibilidad de llegar a cualquier Pereira erótico recobré la dignidad perdida, recordé mi condición de malo y eterno lector lento y le dije: "Señorita, yo pago toda la plata del mundo por conocer métodos que me enseñen a leer despacio, no rápido. Soy de la cultura de la lentitud".

No alcancé a terminar la frase que pretendía ser célebre porque ya la vendedora de sistemas veloces me había dejado con la carabina al hombro, y salía en busca de otro gil más ambicioso e interesado que yo en lecturas supersónicas.


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