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La niebla desciende lenta en Guatavita
Ológrafo
Lunes, 16 de Enero de 2023

La sensibilidad es una voz espontánea que sólo se aprende a escuchar en el silencio, cuando se vuelve recuerdo, esperando un guiño de la imaginación para trinar, como los pájaros en sus nidos, historias cristalizadas en el tiempo.

Su lugar favorito es el mar, o una laguna, porque allí puede dibujar espejismos en el horizonte con un pensamiento que desea ser sol, o luna, para fragmentarse en rayos y colorear las estrellas con la sonrisa de la esperanza.

A veces prefiere la montaña, con sus lecciones de niebla lenta enhebrando la nostalgia, con las sombras misteriosas de la intuición explorando el horizonte que asoma y va tejiendo los acertijos azules en presencia de lo sagrado. 

Es cuestión de conversar con los sueños que pasean por el alma y otorgar la reverencia necesaria a la brisa, mensajera de las hadas, para desmenuzar todos esos rumores ocultos en el viento, como ovillos entrañables por desatar.

Los colibríes, las mariposas y los duendes sabios, ancianos, nos entregan los retazos de las ilusiones perdidas que se asilaron en el eco de las campanas que no escuchamos, o la placidez que no dibujamos desde niños.

Así, uno puede –o debe- identificar los vientos favorables y dejarse llevar por ellos, surcando la vida con esa sensación grata de adaptarse a los guiones cíclicos del destino, hasta que la intimidad se nutra de plenitud.

La vida, entonces, va recogiendo sus alas y se posa en una esquina del corazón donde siembra, cada día, su don de soñar, en esa región secreta donde se esconde, tímido, un rayo de luz que va despejando la bruma.

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