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La política es pasión
En una democracia es propio de la política desenvolverse en medio de la polarización, es decir, de posiciones y aspiraciones diferentes.
Viernes, 3 de Agosto de 2018

En la guerra y en la política finalmente se impone la fuerza, bien sea de las armas y el terror, bien de las mayorías numéricas y de la capacidad seductora de las promesas. La acción política y los actos propios de la guerra se diferencian en los medios que emplean pero no en el objetivo que persiguen, derrotar al enemigo e imponerles a los ciudadanos, por las buenas o por las malas, una determinada visión de la sociedad. 

Ambas actividades, profundamente humanas, más que frías razones objetivas, expresan y canalizan emocionalidades. En la política el discurso es movilizador cuando toca las fibras emocionales de las personas: de seguridad o miedo, de la promesa de un futuro mejor o de protección frente a la amenaza que perciben en quien ven diferente, a un enemigo. El discurso político centrado en cifras, modelos de desarrollo, proyectos detallados de ingeniería/transformación social puede ser efectivo en foros académicos pero no para llegarle al corazón del elector; basta ver cómo le fue a Vargas Lleras en la reciente campaña electoral.

En una democracia es propio de la política desenvolverse en medio de la polarización, es decir, de posiciones y aspiraciones diferentes y aún contradictorias que se confrontan y se debaten. Lo contrario es el silencio propio del totalitarismo, sea de derecha o izquierda, que impone un falso unanimismo por medio del partido único, del establecimiento del delito de opinión, de la cárcel y en el límite, del pelotón de fusilamiento para los opositores, para las voces disidentes de una verdad impuesta como oficial.

Colombia, con todas sus imperfecciones, contradicciones y debilidades es y ha sido una democracia polarizada y en ocasiones de manera violenta, en el manejo de las diferencias, como las generadas en torno a la Iglesia y los poderes regionales de caciques guerreros en el largo siglo XIX, o ya en el siglo XX, por la irrupción de la modernidad capitalista en un país que no había logrado, que aún no logrado, consolidar su ser y su sentido de nación; con un Estado débil que les dejó la tarea de generar esa aplazada e imprescindible unificación, bien a la Iglesia, bien a los partidos políticos, bien a un mercado nacional que solo integra un ámbito específico, el hoy amenazado espacio de la economía nacional.

El actual capítulo de la polarización lo alimenta la realidad de una guerra interminable, irregular y sin norte, degradada como pocas, que terminó cooptada por el narcotráfico. Sus características y el hecho de librarse en un contexto donde la criminalidad y la corrupción se beneficiaron de ella y la alimentaron, hicieron que las partes enfrentadas violaran los códigos de la guerra, ante una opinión, de derecha o de izquierda, que mayoritariamente reclamaba resultados sin importar los medios empleados para lograrlos. La polarización surgió en el intento mutuo de señalar al otro como el victimario y de presentarse como la víctima. Por eso la verdad y el reconocimiento de las víctimas están en el corazón de la polarización.

El mando guerrillero y por el momento Álvaro Uribe, en medio de sus profundas diferencias, enfrentan un desafío común: justificar ante la justicia, que para todos debe ser la JEP, sus comportamientos y decisiones en esta descuadernada guerra que el país casi sin excepción, quiere dejar atrás.

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