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A la primera mamá
No cabe duda de que las mamás que en el mundo han sido, son una prolongación suya, mamá Eva.
Sábado, 27 de Mayo de 2023

Querida mamá Eva:

Copiándome de alguien, le confieso que tiene usted la edad de los sueños de todos los hombres que contaminamos el mundo. Llegué a esa conclusión después de realizar la prueba del carbono 14 del afecto que le tenemos.

Sin faltarle a la coquetería, le cuento que los antropólogos han descubierto su edad gracias a excavaciones hechas cerca de Ciudad del Cabo, Sudádrica: usted tiene algo así como 117.000 años. Sus medidas eran 36-37 que nada tienen que ver con el 90-60-90 que deben acreditar las bellas de la era digital. Los antropólogos piensan que el 36-37 era el número de la frágil huella plantar que dejó grabada en la arena un día que, bravita con el único amor de su vida, se fue de playa. Había inventado dos pecadillos: la ira y la desobediencia.

Siempre según los antropólogos, sus encantos cabían entre 1,55 y 1,65 centímetros a la sombra, o sea que estaba más cerca de Natalia París que de Tatianita de los Ríos. De esta forma, en una época que no pagaban ni el mínimo, Adán tenía que gastar poco en cosméticos y casi nada en hojas de parra (después del episodio aquel de la calumniada serpiente. Si la serpiente no la tienta seríamos la diezmillonésima parte de nada. Gracias, mamá Eva, por caer en la tentación).

El resto lo hemos sabido por el Génesis que en una afortunada síntesis - lead la llamamos en la jerga del periodismo- dio en par patadas la noticia más grande que se haya producido: “En el principio hizo Dios el cielo y la tierra”. Leído este párrafo de entrada se puede ahorrar uno la lectura del resto de la Biblia.

Un poco tarde, déjeme decirle que cuando Adán le dijo a Dios que usted era la culpable de haberlo hecho comer el fruto del árbol prohibido (Gen. 2,12), no tenía mi vocería. Los sapos, con perdón de nuestro primer papá, no son mi fuerte.

Le pido disculpar al primer hombre. Entenderá que uno con Dios respirándole en la nuca, como le pasó a Adán, no dice nada sensato.

Mamá Eva: le cuento que me gustaría conocer más detalles sobre la conversación que sostuvo con la serpiente que la hizo caer en la tentación (Gen. 3,1). Creo que con el resto de esa charla se puede escribir un “best-seller” de esos que escriben los mayordomos que hurgan en la vida íntima de sus expatronos. En dos días estarían vendiéndose en los semáforos sus memorias pirateadas.

Dejo constancia de que nunca estuve de acuerdo con que usted haya sido hecha de una presa tan prosaica como una costilla de Adán. Dios pudo haber escogido una partecita mejor. Con todo respeto por el de arriba, pero ahí se le fueron las luces. Seguramente lo hizo para demostrar que hace lo que le da la gana.

En lo que Dios no se equivocó fue en que no era bueno que el hombre estuviera solo (Gen. 3,18). Al fin y al cabo, uno se casa para tener con quien hablar, dicen. Apartamentos sin ternura de mujer están mandados a recoger.

No me cabe duda de que las mamás que en el mundo han sido, son una prolongación suya, mamá Eva. Yo no sé por qué todavía no le hemos levantado una estatua. En usted felicito a todas las mamás y reinas del mundo. Estoy seguro de que ustedes son el mejor invento que ha producido la humanidad... después del sueño, claro. (El sueño, aclaro, es para seguir soñando con ustedes, y perdóneme la falta de sinónimos).

En lo que sí tiene toda mi vocería su esposo Adán es en el epitafio que le dejó escrito y que leí en el libro “Diario de Adán, diario de Eva”, de Mark Twain, que recomiendo leer y releer, así usted nos dé duro y a la cabeza: “Donde quiera que ella estuviera, allí estaba el Edén”.

No le quito más tiempo a su eternidad.

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