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Columnistas
La tragedia de Haití
Como dijimos, nada justifica el crimen.
Domingo, 18 de Julio de 2021

Nada justifica el magnicidio de Jovenel Moïse, expresidente de Haití. Nos unimos al repudio mundial de esta acción criminal, y expresamos nuestra solidaridad a esta nación caribeña, siempre presentada mediáticamente como la más pobre de América Latina, sin profundizar en sus causas. Lamentamos también la mancha que recae sobre nuestro país, dado que mercenarios colombianos estuvieron a la vanguardia en la autoría material.

Moïse no era el presidente ideal para Haití, pero su asesinato es repudiable desde cualquier punto de vista. Hizo tránsito de empresario exitoso a hombre público cuando el presidente Martelly lo postuló como candidato en 2015. Aunque ganó las elecciones, distintos segmentos denunciaron fraude, por lo cual su gobierno comenzó con una legitimidad cuestionada. Como mandatario, Moïse mostró su faceta de empresario neoliberal y, en consecuencia, aparecieron negocios y casos de corrupción; en términos políticos, la pandemia y otras circunstancias lo impulsaron a permanecer en el cargo. Todo esto gestó un ambiente político inestable, marcado por continuas protestas, aunque para septiembre próximo estaban convocadas las elecciones. 

Como dijimos, nada justifica el crimen. No hubo motivación extranjera, pues todas las pruebas develan un complot interno, organizado desde La Florida, encabezado por Emmanuel Sanon, médico haitiano con ambición presidencial y camuflaje de acciones humanitarias. Se recogieron 860 mil dólares para organizar la operación. El movimiento, conocido como ‘El amanecer de Haití’ era todo un engaño, toda vez que partía del asesinato, doblegaba instituciones, ignoraba cualquier proceso electoral, y ofrecía recompensas del erario a quienes ayudaron. 

En medio de la inestabilidad política, sobresale la gestión eficaz de la policía, que ha producido capturas para llegar a los autores intelectuales. El eslabón extranjero está relacionado con los mercenarios, cuyos testimonios serán determinantes. La Cancillería colombiana debería no perder el foco frente a la gravedad de lo ocurrido, y apoyar con firmeza que el peso de la ley recaiga sobre los implicados.

El Haití real, sólo se comprende con fundamento en la concausalidad histórica. Colón en su primer viaje tocó costas de la isla que hoy integran República Dominicana y Haití. En 1697, en plena decadencia española, la parte occidental de la isla fue tomada por Francia, que la denominó Saint Domingue, en donde organizó plantaciones de tabaco con fundamento en la esclavitud. En 1791, dada la crueldad, la negritud se rebeló y comenzó su gesta independentista, que culminó en 1804 con la victoria sobre 50 mil soldados franceses, consagrándose Haití como la primera nación libre de América Latina. 

Rendimos tributo a esa generación de haitianos que luchó por la libertad. Martin Luther King, Desmond Tutu y Nelson Mandela, como otros miles, encontraron en Toussaint L’Ouverture, el gran dirigente haitiano de aquellos años, múltiples enseñanzas. Simón Bolívar, como líderes abolicionistas en Estados Unidos, admiró esta causa. 

Pero los beneficiarios de la esclavitud en Estados Unidos, Inglaterra, y Francia, atemorizados por el ejemplo libertario, influyeron en sus gobiernos, por manera que ninguna otra nación, entre las nuevas de América Latina, recibió el castigo en indemnizaciones de guerra y bloqueo comercial como le ocurrió a Haití. Ahí comenzó su desgracia económica, que se complementó en décadas posteriores con luchas intestinas, conflictos entre mulatos y negros, la ocupación norteamericana entre 1915 y 1934, dictaduras como las de los Duvalier, y el desplome de su industria arrocera causado por las multinacionales. 

Por si fuera poco, la naturaleza se ha ensañado con Haití, como ocurrió con el devastador terremoto de 2010, y el huracán Mathew en 2016. Con 11 millones de habitantes, de los cuales el 80% vive bajo el umbral de la pobreza, y un desempleo que supera el 41%, Haití tiene en su juventud su mejor activo, porque los menores de 24 años representan el 52% del total. 

Sólo que necesita un impulso solidario internacional. Esa juventud desesperada grita: ‘Dame una palanca, y te moveré el mundo”.

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