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Mario
Si tratamos de rescatar una idea de lo colectivo, lo compartido, en lugar de lo individual, quizás podamos dejar de pedir un policía para cada uno de nosotros y que nos vigile y reeduque constantemente.
Sábado, 26 de Febrero de 2022

Las crisis políticas deberían ser como los huracanes, respecto de los cuales la Organización Meteorológica Mundial se encarga de su denominación por orden alfabético. La lista del Atlántico cuenta con una relación anual de 21 nombres masculinos y femeninos que van alternándose, y así se logra identificar y es de fácil recordación para la población los estragos causados por la tormenta tropical. 

Necesitamos nombres propios y algún tipo de nomenclatura para identificar el impacto en vidas humanas, daños materiales y pérdidas económicas de las crisis políticas que se producen a nuestro alrededor. Quizás así sería más fácil recordar lo fatídico y evitar tomar las mismas malas decisiones. O puede que solo esté divagando…

Se me ocurre lo anterior porque mientras que Carlos Elordi Cué (periodista español) se da el lujo de escribir sobre el ‘canibalismo’ del Partido Popular en España y nos deleita con un símil tan desnudo y directo que muestra la lucha por el poder entre dos personas, amigos desde los dieciocho años y sin distancias ideológicas, aquí nadie dice nada del supuesto divorcio entre Ramiro Suárez y Cesar Rojas, los nuevos enamoramientos que van ‘Pa lante’ en este tiempo electoral o la inestabilidad política que vive Villa del Rosario en este momento, por mencionar algunos ejemplos. 

Acá pasan cientos de cosas sobre las que me gustaría escribir y que sobrepasan la barbarie del canibalismo, pero no puedo, porque podría verse como “indebida participación en política”. Por eso preferí escribir sobre una crisis política sobre la que no podemos culpar a ningún político o candidato: el privilegio del individuo como actor político excluyente. 

El privilegio del individuo hace que veamos distintos tipos de barbarie en la cotidianidad, refiriéndonos estrictamente a la barbarie como “la ausencia de civilidad, educación, cortesía o respeto”, o la falta de urbanidad, que es la acepción utilizada actualmente sobre el término. 

La gente hoy se queja cuando ocurren comportamientos ocasionados por un excesivo individualismo, que afectan la convivencia y exigen la fuerza del Leviatán hasta para lo más mínimo. Que hay personas que se parquean en una vía de doble sentido e imposibilitan el paso a los demás, no hay autoridad, que la gente saca la basura a deshoras y se forman desmadres, no hay autoridad, que la recogida de los niños en el colegio es imposible por el caos vehicular que forman los papás, no hay autoridad, cuando el problema radica en el individuo. 

No se trata de excusar al gobierno ni la policía ni ninguna de esas entidades. A pesar de que trabajo en la Alcaldía tengo la capacidad de ser autocrítica y saber que tenemos miles de errores y que no somos la panacea que algunos creen un gobierno puede llegar a ser; pero quitarse las responsabilidades y deberes como ciudadanos es un comportamiento tóxico.  

Se dice que en Colombia no hay autoridad porque no existe un policía para que vigile y controle los comportamientos de cada ciudadano en la calle y al interior de su hogar, y, sin desconocer que un cúmulo de problemas como el de la seguridad requiere de autoridad, debemos revisar que la convivencia no debería ser objeto del arbitrio del Leviatán. Necesitamos empezar a ser más solidarios con los derechos de todos y preferir una cierta incomodidad en lugar de volcarnos hacia la anarquía, ignorando la civilidad, cortesía y el respeto. 

Si tratamos de rescatar una idea de lo colectivo, lo compartido, en lugar de lo individual, quizás podamos dejar de pedir un policía para cada uno de nosotros y que nos vigile y reeduque constantemente, para evitar que tiremos colillas al suelo, nos parqueemos donde nos antoje, nos colemos en una fila o tiremos basura en la calle. Quizá así podamos superar esta crisis que hoy equivale a la barbarie de la que habla Cué y que sí genera violencia real entre los ciudadanos. A esta crisis la podríamos llamar Mario, por traer a colación ese juego donde Balotelli se hizo expulsar de un amistoso en 2011.


 

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