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No hay cama pa’ tanta gente
A lado y lado de la vía van quedando amigos, compañeros, parientes, mientras nosotros seguimos en el camino.
Martes, 19 de Enero de 2021

Sucedía en épocas de cosecha cafetera en Las Mercedes, y supongo que lo mismo pasaba en las haciendas de otras regiones. Los obreros llegaban por montones a la recolección del grano y el patrono debía garantizarles, además del pago semanal, la comida y un lugar para la dormida.

Con el pago no había problema, pues por lo general, los patronos se preparaban con buena cantidad de efectivo, contante y sonante. El carriel de cuero de nutria, el baúl de tres llaves y la moya de las morrocotas tenían suficiente dinero para atender los gastos de la temporada cosechera.

Con la comida, tampoco había proble. Eran cinco golpes:  Desayuno, medias nueves, almuerzo, puntal o media tarde  y la comida o merienda.  Yuca, chocheco, ajiagua, pescado asado, carne salada y aguamiel conformaban el menú de casi siempre. Para llamar los obreros al almuerzo, se usaba la voz del cacho. Era un cuerno de res, que al soplarlo con cierta técnica produce un sonido largo y nostálgico, casi quejumbroso, que se riega por  valles y hondonadas. Los obreros al escucharlo soltaban de su cintura la canasta en la que recogían las pepas rojas del cafeto y se reunían en el plan a donde la cocinera les llevaba y les servía la comida en hojas de plátano y la sopa en platos de aluminio.

La situación más difícil se presentaba para la dormida. En las haciendas grandes los peones dormían en un rancho aparte, unos en el suelo y otros en el soberado. Soberado era una especie de mezzanine de tablas, al que se subía por una escalera de palo. Allá tendían esteras o cobijas y sobre ellas dormían los obreros.

A quienes les tocaba dormir en el suelo la cosa se les complicaba, pues el piso era de tierra. Extendían cueros de res, secos y curados, a manera de colchón. O usaban esteras de enea. La enea es una planta de hojas largas y delgadas, que se da en pantanos o terrenos cenagosos. Tales hojas, después de secas, se amarran una tras otra, en una especie de telar, y el producto es la llamada estera o colchón de los pobres. La estera de chingalé, más delgada y de más fina elaboración, la llevaban del Reino (región entre Boyacá y Santander). Pero antes de dormir, la peonada se reunía en el patio de cal o de cemento (donde días después secarían el café) a echar cuentos de brujas y de espantos. Cuando una brisa fría empezaba a bajar de la montaña y alguna luz se movía en el cerro del frente o cantaba una lechuza su canción de la noche,  los obreros buscaban el soberado, el cuero o la estera. Otra jornada dura los esperaba al día siguiente.

He recordado estos episodios vividos en el campo de mi infancia, ahora cuando escucho, pero en otras condiciones, aquello de que no hay cama para tanta gente. En aquel entonces, nadie se quedaba sin cama, aunque fuera en el suelo, en medio de risas y alegrías.

Hoy, la frase se repite entre lágrimas, oraciones y esperanzas, porque no hay camas en los hospitales ni en las clínicas para atender a todos los pacientes que van llegando, aquejados del mortal virus que nos tomó por asalto y para el que no estábamos preparados.

A lado y lado de la vía van quedando amigos, compañeros, parientes, mientras nosotros seguimos en el camino, sin saber  cuándo será nuestro momento. El único consuelo es que en el cielo nunca se acaban los cupos y allá sí hay cama pa’tanta gente. 

gusgomar@hotmail.com

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