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¿Qué vamos a hacer?
No podemos seguir impávidos ante el empobrecimiento progresivo de la clase media en esta región.
Sábado, 27 de Febrero de 2016

A pesar que Cúcuta salió de la deshonrosa lista de ser una de las ciudades más violentas del país cediéndole ese deshonor a Cali y Palmira, las cifras que esta capital sigue manejando respecto a los indicadores económicos son poco menos que desalentadoras, pero también deben ser una oportunidad única para descubrir la casta y la inteligencia de la clase dirigente, empresarial, gremial, y del ciudadano común en la búsqueda urgente de soluciones reales a la problemática que nos asfixia, y con papel en mano y proyectos viables exigir de una vez por todas al gobierno nacional que deje de anunciar medidas meramente coyunturales y mediáticas para satisfacer a la opinión pública que al final resultan una burla para esta región tan maltratada.

En enero la inflación golpeó de primera a la capital nortesantandereana poniendo de presente que medidas populistas como la suspensión provisional del pago del IVA durante unos meses lo único que logró fue el efecto espejismo sobre el consumidor y develó la mala fe de algunos comerciantes que automáticamente le subieron el precio a todo para ganarse el descuento. 

No podemos seguir impávidos ante el empobrecimiento progresivo de la clase media en esta región, la acumulación de refugiados a los cuales se les mostró en televisión casi a diario para alimentar las noticias y la falsa solidaridad, pero una vez pasado el show quedaron a la deriva como ciudadanos de tercera. 

Obviamente esta carga no se le puede imponer a la administración local pues la mayoría son pobladores de otras regiones, y salvo medidas de choque la solución a su condición nunca llegó, solo sirvió  para salir en la foto con el desfile de funcionarios oficiales que llegaron a esta región a posar de solidarios.

El cierre de la frontera hace rato dejó de ser coyuntural y se volvió un problema permanente sin que del lado venezolano despierte siquiera la más mínima solidaridad por sus propios ciudadanos fronterizos a quienes les destruyó su economía, pero del lado nuestro no ha ido mejor la reacción del gobierno. 

Hay anuncios de préstamos blandos, uno que otro ministro desfilando por aquí y pare de contar. No ha habido un paquete serio de medidas de choque a largo plazo que genere la re activación económica por otras vías diferentes al comercio. 

Y no nos digamos mentiras, una población acostumbrada por generaciones a vivir del comercio, del contrabando, del desbalance cambiario, etc., de la noche a la mañana no se va a volver una clase empresarial. 

Se necesita que cambie la cultura económica desde la base, desde las nuevas generaciones, desde las universidades y la academia; que se logre cautivar con incentivos fiscales y tributarios a empresarios que quieran traer sus empresas a Cúcuta y su área metropolitana. 

Los mandatarios recién elegidos, los cabildos y asambleas tienen una oportunidad de oro para reivindicarse con sus electores, si en sus cabezas no les cabe la región y sus problemas por mera incapacidad intelectual, deben echar mano de asesores técnicos con ideas creativas y viables que convenzan a los institutos que financian los grandes proyectos para que permitan llegar a la región los recursos necesarios que logren estimular la economía formal, bajar el desempleo, re activar el consumo de bienes y servicios. Eso sí, se les ruega el favor, en aras del futuro de sus propios hijos, de sus negocios particulares, no seguirse robando la plata de esas obras, ni permitir que funcionarios zánganos utilicen el periodo de sus administraciones para enriquecerse ilícitamente. Como lo dijo un expresidente, contener “la corrupción a sus justas proporciones”, traducido al lenguaje coloquial: roben pero inviertan más en el progreso de la región que los eligió. Suena descabellado y deshonesto, pero es  la cruda realidad de la administración pública en nuestro país.

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