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¿Relativismo o mediocridad?
No solo es el relativismo moral el que se ha extendido sino el relativismo en todo.
Lunes, 14 de Noviembre de 2022

El papa Benedicto XVI habló del relativismo moral y fue muy contundente en condenarlo. Incluso acusó a la ONU de practicarlo. Sin embargo, no solo es el relativismo moral el que se ha extendido sino el relativismo en todo, en el lenguaje, en la moda, en la docencia, en los comportamientos y en la música y la escritura. 


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En la música se ha pretendido que al género de reguetón se le considere como expresión musical, pero una organización de tanto prestigio cual los premios Latin Grammy se atravesó. ¿La razón? Según lo han dicho cantantes y músicos, no solo antiguos sino también jóvenes, el reguetón ni tiene letra – ni siquiera letra decente sino un montón de vulgaridades – ni es propiamente música. La relativización de la música significa que ya no hay verdaderos compositores. Ya nadie es capaz de componer una pieza como las Brisas del Pamplonita, que tiene cuatro tonalidades. Hoy cualquiera se dedica a gritar frases insulsas en un tono plano, sin ritmo, sin cambios, sin verso, sin estribillo y sin coro, y eso dizque es una canción. Y la cantan intérpretes famosos. 

En cuanto a la escritura el balance no es menos desastroso. Salvo pocas excepciones, redactores de noticias y articulistas están escribiendo de una forma horrorosa. Las reglas de la gramática les son desconocidas. O, definitivamente, la gramática no les entra. La ortografía, la sintaxis, la concordancia gramatical y  el análisis lógico les resulta muy complejos. Nadie distingue cuando van las mayúsculas y cuándo las minúsculas. ¿Y leer y escribir con puntuación?  Qué pena, pero todos ignorantes. Ello, por abandonar el método de poner al alumno a leer haciendo las pausas en cada signo, en la coma, en el punto y coma, en los puntos suspensivos, en los dos puntos y en el punto final. Ahora, ¿quién sabe hacer la entonación en los signos de admiración y de interrogación? Nadie. Otro defecto son los párrafos largos o larguísimos. La idea principal se pierde en la maraña palabrera. 

Yo nunca había arrojado un libro a la basura. Lo hice por primera vez no hace mucho con una publicación de cierto personaje, por señas candidato a ser miembro de la Academia Colombiana de Historia. El libro lo repartieron al terminar una sesión de la Academia de Historia de Ocaña.  El tema anunciado de la obra era una batalla y un líder político del departamento de Santander. Mas de ello no había ninguna investigación seria, y mucho menos una redacción decente. En realidad, todo era una mezcla desordenada de temas. Sin formalidad, sin secuencia alguna, sin manejo adecuado de citas, en fin, un batiburrillo sin ton ni son. Para mis adentros lo consideré una porquería desde todo punto de vista. Boté ese bodrio porque no merecía ocupar un lugar en mi biblioteca. Y no se omita que el autor goza de fama como escritor e historiador en su tierra. Piensa uno que, si esa clase de personas llegan a la Academia Colombiana de Historia, estamos perdidos. 

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