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Supongamos
Supongamos que Petro no es el extremista que parece y que este error solo demorará cuatro años.
Sábado, 24 de Diciembre de 2022

Supongamos que no estamos tan mal como lo percibimos. Supongamos que Petro no es el extremista que parece y que este error solo demorará cuatro años, aunque por muy optimistas que seamos, casi idealistas, los daños duraran mucho más tiempo. Es decir, supongamos que es válido seguir pensando en democracia y economía de mercado. Y supongamos que la situación mundial, económica y política no se agrava y que la recesión por venir será leve. Con estos supuestos pasaría de mi natural escepticismo a un optimismo exagerado.


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¿Y para que hacer este ejercicio de malabarismo mental? La intención es saber si hay escenarios alternativos, pero la única ventaja de vivir con la ideología estatista de los años sesenta y setenta es que podemos conocer como resultó el experimento progresista en países que también se infectaron de ese virus proestatista. No hay escenarios, es una historia repetida; mismo modelo, mismo resultado. 

Después de la Segunda Guerra Mundial, los ingleses adoptaron una visión proestatista de la economía en el marco de la sociedad de bienestar, cuyas economías destrozadas debían recibir medicina keynesiana mientras la economía empezaba a funcionar en automático. Era una receta temporal que como todo rubro temporal estatal se volvió permanente.

Así era Inglaterra en 1970 (Alturas Dominantes, Yergin y Stanislaw): "La inflación era alta al igual que las tasas de interés. El desempleo también era alto e iba en aumento, ... los costos del sistema nacional de salud estaban aumentando rápidamente, reflejando lo que parecía ser la "infinidad de la demanda" y la falta de cualquier mecanismo de disciplina. Las relaciones laborales se habían convertido en una constante guerra ... La balanza de pagos estaba en crisis perpetua, la moneda bajo presión constante y la industria británica simplemente no podía competir internacionalmente. El país entero estaba irritado por la onerosa carga impositiva que estaba destruyendo el incentivo al trabajo y empujando a las personas emprendedoras al exilio fiscal. Las altas tasas impositivas también golpeaban duramente a aquellos con ingresos modestos... incluso los sindicalistas, un grupo que tradicionalmente daba apoyo a las políticas de impuestos y gastos se quejaban".

Hasta que tocaron fondo y como afortunadamente aún quedaba democracia, pudieron enderezar. Margaret Thatcher propuso y ejecutó un programa basado en lo que debían ser las tareas del gobierno: "Primero, mantener las finanzas sólidas. En segundo lugar, garantizar una base legal adecuada para que la industria, el comercio, los servicios y el gobierno puedan prosperar. Tercero, la defensa. La educación, la cuarta, es el camino a la oportunidad. El quinto es la red de seguridad. Y una cierta cantidad se va a gastar en infraestructura y una cierta cantidad en investigación pura. La sociedad es más compleja y necesita ser más sofisticada en la forma en que responde a preguntas fundamentales. ¿Cómo se puede proporcionar una red de seguridad eficaz sin crear o fortalecer la cultura de la dependencia?”. 

En Colombia nadie ha propuesto nada serio y estructurado para enfrentar la fiebre "progresista",  permitiendo que los proestatistas pongan la agenda. No hay modelo de contrapropuesta. Y si no hay propuesta menos hay proponente. Para los partidos tradicionales no hay principios, solo presupuesto a capturar. El uribismo no es una doctrina, es una personalidad dominante. Al final todos nuestros políticos quieren lo mismo: un estado grande, con "gran" presupuesto y monopolios u oligopolios. Es lo que Álvaro Gómez llamaba el Régimen. 

Una alcaldía podría ser un buen laboratorio para probar los principios de la democracia liberal y el libre mercado, pero no hay luz al final del túnel. El “cambio” (el pacto verdihumano + santismo/samperismo + gavirismo/conservadores) busca consolidarse en alcaldías y gobernaciones. Finalmente vuelvo a ser pesimista: no hay con quien ni hay por dónde. Parece que como en una maldición deberemos recorrer el camino de la destrucción económica y social del estatismo por creer en cantos de sirena que el que quiera estudiar críticamente sabrá cómo termina, siempre. 

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