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Tres ceros, ¿más o menos?
La eliminación de ceros en la moneda de un país procede como un camino para recuperar la credibilidad de un sistema monetario destruido.
Miércoles, 6 de Abril de 2016

El lanzamiento del billete de cien mil pesos, dedicado a la memoria del doctor Carlos Lleras Restrepo, suscita varias reflexiones.

Es una verdadera ingenuidad creer –como se ha dicho— que por el hecho de que en el nuevo billete no se escribe su denominación como $100.000 sino como cien mil pesos (sin mencionar piadosamente los tres ceros), esto va a preparar sicológicamente a los usuarios para la eliminación de los tres ceros en las denominaciones de la moneda colombiana. Como si se fueran a remarcar.

La eliminación de tres ceros en la moneda colombiana, de la que tanto se ha hablado en los últimos años sin que, naturalmente, se haya hecho nada, no es más que un embeleco. Los cambios de denominación en los signos monetarios de un país (eliminándoles ceros) han funcionado y se han justificado históricamente, cuando prevalecen condiciones completamente diferentes a las que afortunadamente se observan en Colombia.

Normalmente, la eliminación de ceros en la moneda de un país procede como un camino para recuperar la credibilidad de un sistema monetario destruido, cuando se está viviendo una situación de hiperinflación. Así sucedió en Alemania en los años veinte del siglo pasado, en Francia a la salida de la Segunda Guerra Mundial, en Bolivia cuando la tasa inflacionaria alcanzó niveles del 10.000 %, o cuando en circunstancias similares se cambió el signo monetario en Argentina, en Brasil o en Perú.

Tal no es el caso de Colombia, afortunadamente. La sicología colectiva cree enteramente en el peso. Los contratos no se estipulan en nuestro país en otras monedas, que es como suceden las cosas cuando se pierde confianza en los signos monetarios, sino en pesos. La inflación, así haya crecido por encima de la meta del Banco de la República, últimamente, no se puede denominar hiperinflación de ninguna manera. En síntesis: no existen, por fortuna, las condiciones calamitosas que históricamente han justificado en otras latitudes y en momentos, completamente diferentes a los nuestros, el cambio de denominación de los signos monetarios, cercenándole ceros a la antigua moneda.

Más bien, la reflexión que puede hacerse es si no ha sido inoportuna la salida del nuevo billete. En este momento, cuando lo prioritario es enfriar las expectativas inflacionarias, el Banco de la República lanza con este nuevo billete un mensaje inflacionario subliminal. ¿La gente de qué ha hablado? De que no habrá vueltas en el comercio para un billete de tan alta denominación, de que las transacciones normales de la gente no requieren de una denominación tan alta. No es claro, en síntesis, que el nuevo billete se necesitara.

Puede acontecer con este billete de cien mil pesos lo que le sucedió a la Unión Europea con el billete de 500 euros: que nadie lo utilizó, a no ser para pagar transacciones fraudulentas o de oscura procedencia. Y no sirvió para gran cosa.

No. La prioridad no está ni en quitarle tres ceros al peso colombiano, lo cual, repito, no es más que un embeleco; ni tampoco en dotar al sistema monetario de un nuevo billete de tan alta denominación.

La prioridad está por otro lado: desinflar las expectativas inflacionarias; volver cuanto antes a encauzar el índice de precios dentro de la meta del 3 % y no pretender distraer ingenuamente a la gente haciéndole creer que porque en el nuevo billete está escrito “cien mil” y no “100.000”, esto constituye un prólogo al cambio de denominación de los signos monetarios del país.

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