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Vidas para lelos: Carlos y Lubín
En tiempo de los abuelos se nacía liberal o conservador, católico o católico.
Sábado, 19 de Junio de 2021

Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento de la vejez,  recuerdo que ninguno de mis abuelos me llevó a conocer el hielo.

Pero me fue mejor: del abuelo Carlos Domínguez Vallejo, de El Retiro, de bigote a lo Chaplin, heredé cierta tendencia al magallismo que me ha ayudado a ganarme la vida.

De Lubín Giraldo López, hecho en Montebello,  aprendí a vivir la vida con cierto estoicismo, sin lamentaciones.

Pertenecieron a la generación que no conoció el mar, el cine, la televisión, la lúdica. Solo conjugaban el verbo trabajar. Adiós pereza.

Como solo conocían el método del ritmo, se tenían confianza para embarazar a sus esposas, siguiendo el mandato bíblico. De papá Carlitos sobrevivieron 10  de 13 petacones, de papá Lubín terminaron su recorrido 13 de 18.

En sus casas se hacía lo que ellos obedecían, porque sus mujeres, Amalia Calle Botero, de Jericó, y Ana Rosa Jiménez Rojas, de La Ceja, tenían  la sartén  por el mango. Ellos levantaban para la yuca y apretaban clavijas cuando alguno de la culecada se alebrestaba.

Nunca patearon los códigos. Nada de enriquecerse primero y “honradecerse” después. Si tocaban en sus casas en la madrugada era algún forastero que buscaba posada, nunca la policía. Enseñaron a la tribu a meter la mano en el propio bolsillo. Caca con lo ajeno.

A los necesitados les daban una mano, dos manos, todas las manos. Los pobres tenían días señalados para la redistribución del ingreso producto de su condición de comerciantes, agricultores y tenderos. Tuvieron la mejor de las riquezas: esa en la que no falta un carajo.

En sus hogares “solo” se comía seis veces al día: tragos, desayuno con calentao, media mañana, almuerzo a las doce, algo, opípara comida a las cinco en punto de la tarde, merienda a las ocho de la noche. Barriga llena corazón contento.

Seguía el eterno rosario, juego de tute, en el caso de los Domínguez Calle, y los que roncan. Que no falten misa dominical de dos yemas  con confesión y común, primeros viernes, los mil jesuses en mayo. Todo lo que ordenaban el ceremonial católico. 

Desde la pared, un cuadro desteñido  del Corazón de Jesús con su sonrisa de Monsalisa de pueblo, monitoreaba todo.

En tiempo de los abuelos se nacía liberal o conservador, católico o católico. A ellos – y a sus mujeres, claro- les figuró el liberal partido que les ocasionó más de un sinsabor. 

Al abuelo Lubín le tocó abandonar Montebello donde fue presidente del consejo en doce oportunidades en sus ocios de agricultor. El éxodo terminó en Aranjuez. Como el abuelo Carlos era una caja de música lo jodieron pero se salvó de integrar la diáspora.

No recibían felicitaciones el día del padre porque no se usaba. Así que les mando mis congratulaciones con retroactividad al día que empezaron a ser taitas. 

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