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Cúcuta
De miliciano de las Farc a confeccionista de zapatos para bebé
“Me obligaron a hacer cosas, porque o si no me mataban…”, expresó.
Sábado, 19 de Septiembre de 2015

Me desmovilicé luego de un combate en marzo de 2007, duré en el monte hasta las 2:00 de la madrugada para reguardar mi vida”. Este momento decisivo en su existencia lo cuenta de manera entusiasta Víctor Luis (*), quien integró las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), grupo que lo “obligó” a ser miliciano.

Campesino y con solo segundo grado de primaria, a los 14 años se fue de su natal Pitalito, Huila, a Caquetá a trabajar en una finca; dejó a su mamá y a su hermana que en esa época tenía 5 años. Hace 19 años, en la zona, controlada por la guerrilla, se movían en enormes cantidades los cultivos de coca. El entonces adolescente llegó a trabajar una hacienda ganadera.

Por cumplir con las labores que demanda el campo le pagaban 12.000 pesos al día. Sin embargo, ese precio no satisfacía sus necesidades y se vio tentado por la actividad ilegal de ‘raspar’ hoja de coca. Escuchó en innumerables ocasiones que la actividad era “muy bien” remunerada y cuando le ofrecieron cambiar de labor aceptó.

“El primer día saqué 17.000 pesos, pero me llegué a ganar $30.000 en una jornada. En ese momento no pensé si era malo o bueno hacer eso, solo sé que ganaba plata. Un día como ‘raspachín’ es como cualquier día de trabajo en el campo, pero es muy duro; al principio me salían muchas heridas en las manos y hasta se me partían las uñas”.

(Cerca de 11 años vivió entre los cultivos de coca y el mundo guerrillero y ahora el reintegrado es un microempresario del calzado.)

Precisó que a los empleados de las áreas coqueras los “invitaban” de parte del frente del ‘Negro Acacio’ de las Farc a sus reuniones y a pesar de que era una asistencia voluntaria se sentían coaccionados a ir por miedo a represalias. Poco a poco lo involucraron en sus entrenamientos.

Con la llamada ‘Zona de Despeje’ durante los infructuosos diálogos de paz en el gobierno de Andrés Pastrana, la guerrilla se movió por el departamento con mayor comodidad y por ende él también. Pero cuando se terminó ese proceso “todo el mundo se abrió” y este hombre que ya era 20 años se devolvió a Pitalito.

Pasado medio año, el hoy desmovilizado se fue a Armenia a trabajar con el esposo de una de sus tías en un mercado, allí permaneció tres meses hasta que se encontró a un “amigo” que lo azuzó a acompañarlo a ‘raspar’ en Llorente, Nariño.

“Luego en Mataje nos encontramos unos ‘raspachines’ del Caquetá que nos dijeron que debíamos ingresar nuevamente a la guerrilla como milicianos. Nos dieron armas, nos mandaron a hacer inteligencia en los pueblos y seguíamos raspando. Después me fui a Putumayo y en esa zona me tocaba reportarme el frete 48 de las Farc”.

Este hombre que hace parte del proceso con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) regresó a Nariño, esta vez se asentó en Mata de Plátano en donde estuvo muy cerca de ser abatido por la organización criminal tras hacer camarilla con dos compañeros llamados ‘Federico’ y ‘Tote’.

“‘Tote’ se voló con 10 millones y se quedó en Llorente. A ‘Federico’ lo mandaron a matarlo por orden de ‘Rambo’ de la columna Daniel Aldana y me dijeron que lo acompañara. Cuando llegamos  a donde él, ‘Federico no fue capaz de asesinarlo; recogimos plata y se la dimos para que se abriera. ‘Federico’ mató a otros dos manes que no tenían nada que ver para decir que sí había cumplido su misión”.

A los seis meses fue ultimado en Caquetá quien ‘debió’ morir en manos de ‘Federico’, luego de ser encontrado por la guerrilla. Ese mismo día un cabecilla de la Daniel Aldana se acercó hasta donde Víctor Luis y su amigo jugaban cartas. A ‘Federico’ le dio un tiro fulminante por el ojo, pero él se salvó tras argumentar que no conocía la situación, porque se había “quedado a las afueras del pueblo a esperar” a que su compañero cumpliera el encargo y pensó que lo había hecho.

Cada día se hacía más traumática su pertenencia a la subversión, una de esas amargas experiencias fue un entrenamiento nocturno. “A las 7 de la noche nos pusieron a subir la montaña a rastra y regresar al sitio de la misma forma. Llegué a las 3:00 de la mañana con la cabeza chuzada y los brazos sangrados. Sentí muchas ganas de escaparme. Me dije: esto no es vida”.

Pasaron pocas semanas para que este deseo se le hiciera realidad. Mientras escoltaba un cargamento de coca para una negociación, en medio de un largo camino, fue parte de un combate con el Ejército, pues la inteligencia militar penetró este plan. Cinco días antes de esta situación había pensado entregarse a las autoridades y vio aquí la oportunidad para hacerlo.

“Ahí se formó una balacera, pero me encaleté en la selva a las 4:00 de la tarde, duré en el monte hasta las 2:00 de la madrugada para resguardar mi vida, después salí a la carretera. Pasó un carro que me acercó hasta la base militar”. Era marzo de 2007 y luego de unos 11 años como ‘raspachín’ y miliciano decidía cambiar su vida.

Tras ocho años en el proceso de reintegración camina tranquilamente junto con los demás cucuteños siendo un hombre totalmente diferente. Se educó y capacitó con el Sena y con mucho s sueños por lograr montó su empresa de diseño y confección de calzado para bebé, gracias a la ayuda de la ACR.

A los pocos meses de desmovilizarse, residenciado en Bogotá, conoció a quien es ahora su esposa, una nortesantandereana con quien tiene un hijo de ocho años. Ella ha sido importante para llevar a cabo su proyecto de vida.

“Yo tenía miedo de desmovilizarme, porque la psicología que a uno le meten en la guerrilla es que si uno se entrega el Ejército lo mata. Pero fue al contario, porque los solados me felicitaron, me prestaron servicios médicos y demás atenciones”.

Víctor Luis no sintió miedo de volver a la sociedad, lo único que le incomoda es que alguien, con conocimiento de que él perteneció a las Farc, le pregunté si mató. “No me gusta responder a eso, porque si uno hizo cosas malas fue porque lo obligaron”. Negarse era perder su vida. Este reintegrado lamenta haber dejado su niñez y juventud “en el monte” y no haber compartido con su familia.

Su empresa de zapatos está registrada en la Cámara de Comercio, la cual espera que crezca. A sus 33 años, agradece a Dios la segunda oportunidad que le dio y considera que los desmovilizados merecen un chance para cambiar.

(*) Nombre cambiado para resguardar la identidad.

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