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Cúcuta
“Robé por 30 años”, el testimonio de un habitante de calle
Álvaro Villamizar actualmente trabaja como celador en el Parque Colón.
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Juan Diego Aguirre
Martes, 29 de Diciembre de 2015

Álvaro es de Saravena, Arauca. Vivía con sus padres, Joselina Fernández y José María Villamizar, a quienes ayudaba en el cultivo de yuca, plátano y papa. 

En el pueblo y las veredas cercanas, era reconocido por ser un niño responsable, destacado por ser colaborador y atento. Sin embargo, en medio del juego infantil, la curiosidad de experimentar cosas nuevas lo llevó a probar la marihuana a los 11 años. 

“Cuando niño me torcí, me dañó el vicio, me tocó salirme porque me amenazaron”, señala Álvaro Fernández, que ahora cumple 50.

Tras varias “advertencias” de grupos armados, meses después se vio obligado a irse del pueblo. La guerrilla (él no especifica si el ELN o las Farc) amenazó su vida. Para salvaguardar la seguridad de él y su familia, decidió huir de Saravena. 

De esa manera llegó a Cúcuta, el destino más cercano.

Vida en Cúcuta

En 1980, en medio del tránsito de la Terminal de Transportes de Cúcuta, Álvaro, sucio y mal oliente, pide limosna y comida (en ese entonces no le daba pena). Era la única manera de sobrevivir.

El adolescente, a medida que conoció la ciudad, decidió incrementar el nivel de sus experiencias psicoactivas. Por ello, a los 14 años, en medio de una “traba con yerba”, probó la pasta base de cocaína, conocida como ‘basuco’. 

En los minutos siguientes a la absorción de la droga, Álvaro sintió escalofríos,  que la gente lo vigilaba y veía sombras. Entonces, se resguardó como un roedor dentro de las alcantarillas y esperaba a que pasara el efímero tiempo. Se rascaba el cuerpo, el corazón estaba a punto de estallársele, literalmente. Deseaba escapar a como dé lugar, sentía que alguien lo perseguía, pero paradójicamente, esa sensación le agradaba.

“Yo consumía en una traba…Yo veía sustos, si me entiende, presentía que me iban a matar, que iban a llegar los ‘paracos’".

Con el paso de los días la necesidad de consumir basuco se intensificaba, el dinero de la mendicidad no le alcanzaba, y por eso, comenzó a robar. Se unió a una gallada de jóvenes que vivían dentro del Canal Bogotá. Le enseñaron a desvalijar carros y despojar a los transeúntes de cadenas de oro. 

“’Robocop’ me enseñó a bravear, a pararme en la calle con cuchillo”.

Luego conoció la promiscuidad. En cualquier esquina, matorral o dentro de unas cajas deterioradas mantenía relaciones sexuales sin condón con las “locas”, como él llama a las chicas que consumen basuco. Se acostaba con ellas a cambio de la droga, que en la actualidad se consigue a 5 mil pesos.

Le apodaron ‘El Zonzo’ y se abrió en el camino delincuencial con los hurtos que cometía. Vivía gracias a joyas, electrodomésticos, repuestos de carros, espejos y artículos de oficina que hurtaba y canjeaba en las casas de empeño por dinero. “Era libre”, dice Villamizar porque manejaba su presupuesto, pero la mayor parte de lo recaudado la invertía en drogas.

La fortuna lo perseguía, hasta que un día, en un atraco en los alrededores del estadio, le dieron dos tiros. “Mientras desvalijaba una camioneta la dueña salió y abrió fuego de inmediato”, contó Álvaro. 

La vida le cambió drásticamente. El consumo de basuco se volvió su principal objetivo y por ello terminó varias veces en el centro penitenciario sindicado por hurto.

Cuando estuvo preso en la cárcel Modelo de Cúcuta, cuenta que la muerte estuvo cerca. A un reo, junto a su habitación, lo mataron de 37 ‘platinazos’ (lámina que se desprende de las puertas y se  le da forma de cuchilla). 

Tras 30 años de robo y de entradas y salidas de penitenciarias, Álvaro decidió dar un cambio en su vida, no volvería a robar y así fue.

En la actualidad, Álvaro se desempeña como celador a las afueras de la capilla de la Señora del Carmen, frente al Parque Colón. Trabaja y el dinero le alcanza para la alimentación diaria. Pero desea colaboración, su anhelo es tener un ‘rancho’ o una mano amiga que le dé un regalo de año nuevo.

 “Quiero estar quieto y no hacerle mal a nadie. Paz con todo el mundo”, afirma Álvaro, mientras vuelve a su cotidianidad y se entretiene observando a unas chicas que pasan a su lado, a quienes lanza un piropo “qué niñas tan lindas”.

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