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Cúcuta
Se fue ‘Crispín’, el ‘rey del llamato’
Era conocido también por ser uno de los pocos sobrevivientes de la historia amable de Cúcuta.
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Pedro Jáuregui
Sábado, 29 de Octubre de 2016

El viernes 21 de octubre, a las 6:30 de la tarde, falleció en la Clínica San José, Cristín Alba Bonilla, más conocido como ‘Crispín’, uno de los pocos sobrevivientes de la historia amable de la ciudad y quien nunca pagó la entrada al estadio General Santander para ver a su Cúcuta Deportivo.

‘Crispín’ tenía a la hora de su muerte 89 años, y una vida rica en anécdotas que sus amigos cuentan a raudales, y que coinciden en señalar que era un buen cucuteño, aunque nació en Lourdes el 31 de marzo de 1927.

El ‘rey del llamato’, como lo bautizó el desaparecido locutor de La Voz del Norte, Álvaro ‘El Mocho’ Barreto Niño, hizo de la ‘mamadera de gallo’ un culto que saltó las fronteras regionales.

Su vozarrón agudo era audible en la tribuna de sombra del estadio General Santander y sus víctimas, además de ‘Gardel’, el vendedor de habas, chicharrón y bofe, y el narrador Luis Alberto Robles Gravier, eran todos aquellos que llegaban después de él al estadio General Santander o un transeúnte, que por lo general lo conocía.

Fue mecánico, rezandero de novenario y velorios, animador de veladas de boxeo y un empleado honrado en el concepto de Rubén Darío Galvis García, la principal autoridad de la Notaría Cuarta, antes Sexta.  

Su sobrino Antonio Alba, quien era dibujante, fue quien le puso el remoquete de ‘Crispin’ y sacó unas tiras cómicas en su honor en el periódico La Opinión.

Morrocotudo secreto

La pregunta que muchos cucuteños se hacían entre las décadas de 1960 y 1980 sobre quién le daba el dinero a ‘Crispín’ para viajar a los partidos del Cúcuta a nivel nacional e internacional, que no eran muchos,  y darse una vida de lujo y derroche los siete días de la semana con el  sueldo que obtenía como empleado de la Empresa de Licores y posteriormente en la Notaría Sexta o Cuarta, fue un misterio por muchos años.

La respuesta se la dio un buen día a Martín Ortiz, el presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Santo Domingo, quien era su vecino y de paso uno de sus amigos.

Le contó que su progenitora, Alejandrina Bonilla, antes de morir le entregó las llaves del escaparate y le señaló que adentro le tenía un regalo por ser un buen hijo.

Después del entierro regresó a su casa del barrio El Llano y cuando sus hermanos le preguntaron que si él tenía las llaves del escaparate les dijo que no y los mandó para sus respectivos hogares. Cuando se quedó solo abrió el mueble y encontró una bolsa llena de morrocotas de oro que paulatinamente fue gastando, no sin antes disfrutar la vida.

Cada vez que necesitaba dinero sacaba una moneda y la vendía. Con ese ingreso extra viajó por muchos años y se compró una casa donde vivió con Josefa Bolaño, quien fue su segunda esposa,  y quien tuvo tres hijos: Javier, Juan y Shirley Alejandrina.

Cristín Alba se casó en primeras nupcias con Soledad García Arámbula, con quien no tuvo descendientes y murió en los años 70, después de una penosa enfermedad, en el barrio El Páramo.
Su vida en anécdotas

      
Su habilidad como mecánico le sirvió para ingresar a la Empresa de Licores, donde se desbordó su pasión por el aguardiente al punto de que se ponía a llorar cuando botaban el ‘bagazo’, que es el residuo que queda después de destilar los ingredientes de la bebida.

“En la Licorera permaneció como diez años hasta que un día dijo que se quería ir”, contó el pensionado Jorge Sarmiento, quien fue su compañero de trabajo.

En ese lapso de tiempo conoció a Josefa Bolaño, con quien se casó el 26 de abril del 2008 después de casi 30 largos años de noviazgo.

“Era muy elegante y hablaba muy bien, de lo contrario no me hubiera fijado en él”, dijo la mujer oriunda de Ciénaga (Magdalena), quien fue quien lo ‘puso a caminar finito’.

Tras quedarse sin empleo buscó ubicarse en las notarías y recaló en la Sexta donde era el encargado de hacer los mandados y consignaciones, especialmente estas últimas porque le rendía el tiempo toda vez que era muy conocido y no hacía fila.

El notario Rubén Darío Galvis García;  su compañero de trabajo Armando ‘El Chato’ Rangel Arenas y Rubén Darío  ‘El Che Garufa’ Eslava,  al observar que Crispín Alba se ponía cada vez más viejo y no iba a tener una pensión de qué vivir, averiguaron sí podían contratarlo y al obtener una respuesta positiva de la Superintendencia de Notariado, lo hicieron.

“Era un consumado ‘tomador de pelo’ y los lunes llegaba casi siempre muy triste, porque el Cúcuta Deportivo perdía”, recordó la secretaria Claudia Patricia Jaimes, una de las cuatro empleadas que lo conocieron en esa etapa de su vida.

'Ojo con el cajero'

El hecho de ser honrado y buena persona no le quitaba de la mente  a ‘Crispín’  que tenía que estar ‘bien despierto’ en la ejecución de sus labores y más cuando había dinero de por medio, reseñó el Notario Sexto.

“Un buen día lo enviamos a hacer una consignación en una entidad bancaria de la avenida quinta y cuando le llegó el turno se ubicó frente al cajero y le entregó el dinero. En determinado momento el empleado le indicó que se le había caído un papel y por un segundo bajó la vista al piso pero nada encontró. El cajero al terminar de contar el dinero le dijo que le faltaba $5.000 o $10.000, que era mucho dinero para la época, pero ‘Crispín’ no perdió la calma e hizo llamar a la gerente del Banco y le contó lo que pasaba. En la tarde lo llamaron y le contaron que al hacer el arqueo se había encontrado el dinero y se lo devolvieron. A partir de ese día nos decía jocosamente y a cada instante ‘ojo con el cajero’”.

Galvis García contó que el personaje de marras a pesar de su afición por el Aguardiente Extra, nunca llegó tarde al trabajo y mucho menos se enfermó. “Dos veces se cayó y nunca se partió un hueso. El aguardiente lo conservó bien”, afirmó.

A pesar del cariño que profesaba por el producto bandera de la Empresa de Licores de la región, Rubén Darío Galvis descubrió que ‘Crispín’ le era infiel los domingos al Extra con la cerveza.   “Al principio me dijo que se tomaba dos o tres, luego cuando le dije que más hondito, como el sepulturero, reconoció que se tomaba cinco o seis”, contó con una sonrisa.

“Era un magnifico amigo y un colaborador inmejorable”, sentenció el último patrón que tuvo Cristín Alba.

El rojinegro, la gran pasión

La principal razón para vivir que tuvo ‘Crispín’ fue el Cúcuta Deportivo. En la década de 1970 y comienzos de la siguiente se ubicaba con los ‘Recocheros’ de Silvio Demoya y cuando se construyó la tribuna nueva de Oriental o Sol, en la primera fila de la parte de abajo.

Vio desfilar muchos Cúcuta, buenos y malos, pero eso no fue un motivo para distanciarse del ‘Doblemente glorioso’. Por eso cuando Cúcuta fue campeón de la A en el 2006 casi se vuelve loco, contó su esposa.

“Pensamos que le iba a dar un infarto de la emoción y de la alegría  contenida durante más de 50 años. Gritaba, saltaba, reía, lloraba y salió corriendo por la calle. Como pude me levanté y lo zarandeé para que se calmara y me dijo que le dejara hacer de todo porque el Cúcuta Deportivo no era campeón todos los días y ante tal razonamiento lo dejé quieto”, recordó.    

Ese amor por la institución hizo que su amigo Martín Ortiz se comprometiera a llevarlo al escenario de sus sueños, alegrías y tristezas: el estadio General Santander antes de que fuera enterrado. El 22 de octubre Martín cumplió su promesa y ‘Crispín’ le dio la vuelta olímpica por la pista atlética, acompañado de German ‘El Burrito’ González y Guillermo ‘El Mico’ Santander, los únicos jugadores profesionales que estuvieron en su despedida.

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