Un salario mínimo no es suficiente para comprar una caja de 12 lápices. El nuevo año escolar arranca en Venezuela entre la acelerada depreciación de la moneda y la hiperinflación.

Asiscla Velásquez lamentó “todo está carísimo”, mientras anota en una hoja los precios de cuadernos, lápices y materiales escolares que necesita su nieta de 13 años para hoy que inician las clases.

Solo adquirir cuadernos para su nieta sobrepasa el dinero que recibe como pensionada y profesora jubilada.

La moneda local sufrió una enorme depreciación entre julio y septiembre, saltando de una cotización oficial de 6.721 bolívares fuertes por dólar a 21.555 bolívares. Y la inflación galopa, estimada en 1.000.000% por el FMI para 2019.

El gobierno de Maduro aprobó fondos por cerca de 130 millones de dólares para equipar centros educativos públicos y unos tres millones adicionales para comprar útiles escolares que distribuyen en planes sociales.

“Hay gente que se asusta” con los precios, reconoce Royner Vásquez, de 20 años, vendedor en una feria callejera de artículos escolares en Caracas. Las ventas, cuenta, han bajado. Proyecciones de la consultora Ecoanalítica, el consumo retrocederá un 40 %.

Royner gana tres salarios mínimos semanales. Aún así eso “no alcanza” para cubrir las necesidades de su hogar en la barriada popular de Petare.

“No soy pichirre”, bromea Elba Seijas, quien compra el uniforme del niño de nueve años que cría.

Es hijo de una amiga que emigró, quien envía dinero para costear gastos. Unos 3,6 millones de venezolanos han dejado su país desde 2016 huyendo de la crisis, según la ONU. Sin esas remesas, pagar los implementos escolares “sería imposible”, se sincera Elba, trabajadora social.

Por el éxodo migratorio, más de 3.000 millones de dólares anuales entran a Venezuela por remesas, según estimaciones independientes.