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Editorial
El Cementerio Central
El Cementerio Central de Cúcuta estaba al borde del cierre por asuntos de salubridad e higiene, hace 29 años.
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Sábado, 2 de Noviembre de 2019

Hace 29 años, cuando Guillermo González Amarilla llegó como administrador, el Cementerio Central de Cúcuta estaba al borde del cierre por asuntos de salubridad e higiene, no tenía luz y tampoco había celador.

Veintinueve son veintinueve. Esto  equivale a decir que González Amarilla estuvo en ese cargo durante nueve de las diez alcaldías populares de la ciudad, luego de que en 1988 se instaurara en Colombia la elección de alcaldes.

Tal vez como se trata de un cargo no muy apetecido políticamente hablando, es posible que esto hubiera permitido la estabilidad y la permanencia durante tanto tiempo de este funcionario en el cargo. ¿Será que eso debería tratar de hacerse en ciertas áreas de la administración, cuando de sacar proyectos de largo plazo se refiere? Habría que considerarlo y evaluarlo.

Pero lo cierto es que Amarilla, como le llaman, bien puede decirse que sale con la frente en alto por el deber cumplido puesto que materializó el anfiteatro que ahora va a convertirse en morgue, logró que llegara la luz, lo despejó de basuras  y dejó un reglamento para el comportamiento ciudadano en aquel albergue de los muertos.

Esto vale la pena relacionarlo porque es un instructivo que todos deben acatar. No se puede ir en chancletas. Mucho menos en pantaloneta. Los hombres deben quitarse las gorras o sombreros al ingresar y a las mujeres que van a rezar o en los cortejos fúnebres, no se les permite el acceso si llevan blusas de escotes profundos o lucen insinuantes minifaldas.

De González Amarilla debemos recordar que hace veinte años venía hablando del Parque de La Vida que la administración del saliente alcalde de Cúcuta, César Rojas Ayala, construyó al frente del Cementerio Central.

Además, son recordadas las luchas que libró contra los drogadictos que para los tiempos en que llegó, tenían convertido el cementerio en un lugar para fumar marihuana, aparte de enfrentar y poner a raya a quienes para brujería y ritos satánicos acostumbran a robar huesos, hacer ‘entierros’ o hacer conjuros dentro de los camposantos. Ambos males que son de ayer y de hoy, los enfrentó a lo largo de ese tiempo con el apoyo comunitario y de la Policía.

El tema de Amarilla, nacido en Aguadas (Caldas) pero considerado cucuteño de adopción y quien ahora pasó a un buen y merecido retiro, lleva un asunto igualmente fundamental, como lo es el hecho de que al Cementerio Central de Cúcuta se le considera un museo a cielo abierto.

Su encanto y el valor arquitectónico se convirtió en el eje de una investigación que hicieron los arquitectos Arturo Cogollo y Fabián Mena Uscátegui.

Detrás de los muros del nosocomio de El Contento hay un fantásticas obras en mármol importado y tallado en el exterior, que en su tiempo fueron traídas en barcos cruzando el océano Atlántico, como lo recordara en su momento Cogollo.

Y el Cementerio Central cucuteño, que data de 1885, sigue dando sorpresas, puesto que hace parte de lo que en Colombia y en el mundo se llama como turismo oscuro.

En total son seis puntos identificados en Norte de Santander. En Cúcuta para este tipo de turismo están el Complejo Carcelario y Penitenciario Metropolitano, la Casa Nazi y el Cementerio Central. En Villa del Rosario están los hornos de Juan Frío, en Puerto Santander las casas de tortura de paramilitares y en el viejo Gramalote, las ruinas del pueblo.

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