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Editorial
El gesto de Daniel
A sus 10 años de edad y de necesidades, Daniel Stiven Duque demostró en silencio y en privado que aún es posible ser honrado en Cúcuta.
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Jueves, 7 de Diciembre de 2017

El hombre está al borde de la extinción, por acción del mismo hombre, que solo atina a sumirse en la desesperanza, el pesimismo y la náusea. El fatalismo lo explica todo ante la falta de cualquiera otra explicación sobre la razón de estar aquí, en un mundo del que se ignora casi todo.

En Cúcuta, donde el todo se vale es la razón de casi todas las conductas, la cultura de lo ilegal hizo nido hace ya un buen rato, y no parece haber una manera  de evitar que se quede para siempre. La norma legal existe solo como objetivo para atacar y violentar.

Pero, en ese ambiente de catástrofe y de lodazal, aparecen de vez en cuando señales, verdaderas perlas, que llevan a pensar que aún quedan en la sociedad, así sean muy pequeños, algunos resquicios a través de los cuales se podría revertir esa tendencia de hacer lo que nos parece, porque así somos aquí, y punto.

A sus 10 años de edad y de necesidades, Daniel Stiven Duque se alzó en estos días como tenue luz en la profunda oscuridad en que vivimos, y demostró en silencio y en privado que aún es posible ser honrado en Cúcuta.

Iba a casa, alegre y tranquilo, caminando por las destartaladas calles de toda su vida. Minutos antes se había graduado como estudiante de primaria.

Un papel doblado sobre la calzada le llamó la atención. Era un cobro del agua potable, a nombre de una mujer desconocida de un barrio más desconocido aún. O pagaba ese día o le cortaban el servicio.

Adheridos a la cuenta había 70 mil pesos.

Es fácil imaginar la felicidad de un chico pobre que a los 10 años encuentra 70 mil pesos en la calle. Debieron ser bellísimos los castillos que Daniel se alcanzó a construir con ese dinero, tal vez la suma más grande que había pasado por sus manos hasta entonces. ¡Cuántas compras debieron pasar por su imaginación…!

Pero un gusanito que su madre le puso en la conciencia desde cuando se dio a la tarea de formarlo, comenzó a generarle cierta desazón al niño.

“Las cosas tienen dueño”, recordó que con frecuencia le dice su madre…

Y “quién sabe cuántas cosas habrá hecho esta pobre señora para conseguir el dinero”, pensó él.

Pudieron más los principios de honradez y de decencia y de respeto a lo ajeno y a los demás que la posibilidad de callar y tomar el dinero para él y darse algunos gustos pasajeros. Total, solo haría lo que equivocadamente se hace en Colombia cuando alguien encuentra dinero en la calle: lo hace suyo de inmediato.

Habló con su madre, y ambos salieron raudos a pagar la cuenta, y la mujer que perdió el cobro y el dinero se salvó de quedar sin agua.

Y el niño y su madre, tranquilos, dejaron todo en el recuerdo. Hacer lo que se tiene que hacer no debe constituirse en un acto de heroísmo, solo de honestidad.

El niño nada espera, desde luego. Pero la sociedad entera debe reconocerlo como un ejemplo para todos, y la burocracia avergonzarse.

Quizás alguna universidad le entregue desde ya una beca total para cuando sea bachiller. Quizás, aunque él no lo espera. Por lo único que aguarda es por la mujer que perdió el dinero, para devolverle los 450 pesos que sobraron del pago.

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