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Editorial
Equilibrio de poder
Sábado, 4 de Abril de 2015

Es un acuerdo preliminar que puede darle al mundo la oportunidad de respirar algo más tranquilo, pero que produjo una consecuencia inesperada, aunque de todos modos previsible: serias grietas en una relación de amistad que se creía invulnerable.

El preacuerdo nuclear entre Irán y los llamados 5+1 (Estados Unidos, Francia, Rusia, China y Reino Unido, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, más Alemania), debe concretarse en julio en un acuerdo final que se traducirá en límites para el programa atómico iraní.

Era lo que se pretendía desde cuando hace dos años Irán fue obligado a ir a la mesa de negociaciones, presionado por “las sanciones económicas más duras jamás impuestas a una nación”, como lo reconoció el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Lo que no se esperaba eran las fisuras que dejó el preacuerdo con las relaciones que se creían más sólidas entre Estados Unidos y un aliado, después de Inglaterra: el estado de Israel, que recibió el preacuerdo con duras críticas.

“(El acuerdo) podría suponer un grave peligro para la región y para el mundo, y amenazar la propia supervivencia de Israel, que no es negociable”, exclamó el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, haciendo caso omiso de la promesa de Obama de defender “    sin falla” al estado hebreo.

Las relaciones entre los dos grandes aliados se venían tensionando desde unos meses atrás, por cuanto no se tuvo en cuenta la petición de Israel para que el texto del “acuerdo definitivo con Irán incluya un reconocimiento claro y sin ambigüedades de parte de Teherán del derecho de Israel a existir”.

Netanyahu tiene razón desde la perspectiva de las amenazas reiteradas de Irán de borrar del mapa a Israel, que se cree objetivo preferencial del programa nuclear que hace 12 años se comprobó que el gobierno de Teherán estaba desarrollando.

Pero, en el fondo, Israel parece no tolerar que Irán se convierta en una potencia nuclear reconocida por la ONU que le haga contrapeso en la región y que, en el futuro, como suplemento del acuerdo, exija que la ONU le dé al programa nuclear de Israel el mismo trato que le dio al suyo. Los indicios señalan que Israel desarrolló una bomba atómica, pero no ha sido sometido a vigilancia internacional.

Por ahora, a Netanyahu le quedan estrechos tres meses para recomponer sus relaciones con Washington , que indudablemente ya no tendrán la misma solidez ni el mismo nivel de confianza que tuvieron hasta cuando Israel se dio cuenta de que para Estados Unidos es posible y viable que Palestina sea un estado independiente.

No es fácil el camino, y menos cuando el propio presidente Obama se enfrenta a problemas complicados como el de calmar la inquietud del Congreso, que amenaza con limitar el preacuerdo con Irán, y además prepara nuevas sanciones más duras.

Claro que Obama podría vetar las nuevas leyes, si no son votadas con por lo menos dos tercios de los votos de los congresistas, en su mayoría republicanos. Pero sin el apoyo demócrata, es difícil alcanzar el mínimo de votos, aunque, en casos así, en los que el patriotismo se exacerba, nada hay escrito.

De todas maneras, un principio de acuerdo, como el firmado en Suiza con Irán, permite, paradójicamente, un equilibrio de poderes en el medio Oriente basado en las posibilidades de armamento que generan los programas atómicos de judíos y persas en el corazón del mundo árabe.

Antes se hablaba de que la estabilidad y el equilibrio en fuerzas daban a luz una paz montada en bayonetas: ahora, esa paz está sentada sobre programas de computador que hacen las veces de detonadores atómicos.

Es paz, sí, pero muy frágil.

 

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