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Editorial
Estamos sitiados
Sin medicinas en su país, los venezolanos llegan como están: enfermos de muchas cosas, algunas de ellas graves.
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Miércoles, 18 de Julio de 2018

Si llegaran al puesto de control con rifles de asalto en la mano, ¿Colombia dejaría entrar a centenares de extranjeros, sin inquietarse siquiera? Desde luego que no. Lo más probable es que incluso el Ejército reaccionaría de inmediato, y el ingreso de los foráneos al país se dificultaría y, quizás, ni ocurriría.

Pues, para intranquilidad de todos los colombianos, cada día están llegando a Colombia unos 40.000 ciudadanos venezolanos, de los cuales unos 5.000 ya no regresan. Desde luego, hasta donde se sabe, claro, ninguno viene armado con rifle.

Pero, como si estuvieran armados, hacen de Norte de Santander una especie de región sitiada…

Sin medicinas en su país, los venezolanos llegan como están: enfermos de muchas cosas, algunas de ellas graves, y así se les está permitiendo ingresar —en actitud cuestionada por unos y elogiada por otros— y establecerse aquí, sin otro control que el de un documento de identidad no muy riguroso.

Que lleguen enfermos no es, ni más faltaría, culpa de ellos, sino del régimen que tiene a Venezuela en sus manos, que luego de años de derrochar y de subsidiar todo lo imaginable, no tiene cómo comprar comida, mucho menos medicamentos para sus ciudadanos.

En los casos de Cúcuta y Norte de Santander, la situación generada por la llegada masiva de venezolanos, tiene un aspecto muy negativo que puede llevar a situaciones de emergencia graves: las enfermedades contagiosas que traen, y que ya tienen en problemas a una parte del sistema de salud.

Hace pocas horas, un informe de la gobernadora de Táchira, Laidy Gómez, reveló que estos días hay en solo dos municipios de su estado más de 330 casos de hepatitis A: San Juan de Colón (frente a Cúcuta) y San Antonio (al otro lado del puente Simón Bolívar, que separa y une a esa población y a Villa del Rosario.

Desde luego, las cifras hablan solo de los casos detectados y registrados, en una zona donde ir y venir entre Colombia y Venezuela es tan normal como recorrer las calles de cada pueblo.

Y esta libertad de cruce es el problema. Ningún enfermo, ya no de hepatitis, sino de VIH y sida, tuberculosis, fiebre amarilla (concentrada en regiones del sur de Venezuela, frente a Brasil), gripe porcina (N1H1), etc., es fácilmente detectable por los deficientes controles fronterizos. Nadie lleva en la frente una etiqueta que indique que es enfermo.

Por ello, no más al cruzar se convierte en un peligroso agente transmisor de enfermedades que puede contagiar a muchos, y esos, a otros muchos. Reiteramos, no sería culpa del extranjero enfermo: quizás está acá en busca de salvar incluso su vida ante la falta absoluta de atención en su país.

La culpa sería del gobierno colombiano que le permitió el ingreso, legal o no, y que está al frente de un Estado que no tiene la capacidad para establecer, más allá de las dudas, quien entre o quien sale del país, y por qué y para qué.

En otros países, en situaciones parecidas, se han establecido sistemas que incluyen cuarentenas, que permiten detectar a los enfermos y aislarlos, y a dejar que los demás continúen su camino.

¿Qué se va a hacer acá? Ojalá los responsables de la situación no olviden que, según fuentes idóneas, en el parque Mercedes Ábrego trabajan al menos tres prostitutas portadoras de VIH a las que nadie ha controlado sanitariamente…

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