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Editorial
Fenómeno que nos toca
El hombre es nómada o, para decirlo en términos que nos tocan, es migrante, va y viene en busca siempre de condiciones de vida más favorables. 
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Viernes, 28 de Diciembre de 2018

Imaginar al ser humano como sedentario, es decir, aferrado a la inmovilidad, parece la posición más cómoda, pero irreal. El hombre es nómada o, para decirlo en términos que nos tocan, es migrante, va y viene en busca siempre de condiciones de vida más favorables. Las razones son múltiples.

Las fronteras, como simples convenciones políticas, son barreras imaginarias que impiden que alguien vaya libremente de un país a otro: la política internacional puede más que la necesidad básica de sobrevivir, por ejemplo.

Conceptos como estos son todavía incomprendidos en Colombia, país cerrado a la inmigración pero proclive, desde hace largo tiempo, a exportar personas a donde alcancen a llegar. Y lo ha hecho de manera masiva y descontrolada. Tanto que hoy no se sabe cuántos colombianos, aproximadamente, viven fuera de las fronteras.

Pocos países latinoamericanos tienen comunidades tan fuertes viviendo en el extranjero: Venezuela, Ecuador, Perú, Panamá, Costa Rica, Chile, Argentina, Estados Unidos, España, México, Canadá, Francia, Italia y Gran Bretaña albergan a decenas de miles de colombianos (en Venezuela hablan, sin prueba, de 4 millones) que salieron por la razón que sea y en busca de otro futuro. Mejor o no, pero otro.

Esta vez, los receptores somos nosotros. Un millón de venezolanos llegados en los últimos dos años es una cifra escalofriante y un problema gigantesco al que no se le ha brindado la atención que requiere.

Una de las razones para la desatención quizás tenga que ver con un fenómeno común en este tipo de situaciones: el choque cultural, que acá solo se ha percibido de manera leve, por cuanto quienes llegan son personas que, salvo por sentimientos relacionados con la patria íntima, no representan ninguna diferencia con nosotros.

¿O acaso hay diferencias entre un nortesantandereano y un tachirense, o entre un guajiro y un zuliano, o entre un araucano y un apureño? Salvo el fervor por los símbolos patrios (bandera, escudo, himno nacional y selección de fútbol) y por sus partidos políticos, no hay ninguna.

Muy diferente hubiera sido todo si los inmigrantes llegaran en forma masiva de algún país del sur del continente, de África, o de Europa, y aún del Caribe, con sus culturas, sus idiomas, sus sentires tan diferentes. Hubiera habido un choque real, notable, percibido por todos, y las consecuencias serían notorias en todos los sentidos.

Ya están acá, y muy difícilmente la situación cambiará en el futuro inmediato, y lo que sucede nos pone en los primeros lugares de la tabla de países receptores de inmigrantes, y en la mira de los expertos en estudiar la sociedad, que quizás se dedicarán a ver cómo la integración se está dando sin traumatismo alguno.

¿Que Colombia se beneficiará con la inmigración venezolana? Claro, sin duda alguna, pero también, Venezuela recibirá su parte. Ya la está sintiendo: la presión sobre el Gobierno de Nicolás Maduro es menor, y quienes quedaron allá enfrentan una realidad económica menos azarosa, por cuenta de las remesas que les hacen quienes andan por acá.

El fenómeno migratorio masivo hoy vincula a unos 380 millones de seres de los países pobres en todos los continentes. Es como si se estuviera buscando hacer válida la utopía de un mundo sin fronteras…

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