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Editorial
Imagen de la infamia
La imagen, similar a otras de militares y policías secuestrados, debe mover a los colombianos a protestar con toda vehemencia.
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Martes, 11 de Junio de 2019

Encadenado. Sí, encadenado, peleando a manotazos contra los mosquitos, demacrado y triste, la mirada perdida y a veces sin poder hilar una frase, dudando de si hacerlo o no, allí estaba Jesús Albeiro Acosta Melo, indefenso y humillado, tal como les gusta a las guerrillas que los colombianos veamos a sus secuestrados.

Con su voz suave, el hombre era, ante los ojos de millones de televidentes, el vivo retrato de la infamia, una imagen aterradora que ni siquiera lleva a pensar en lo precioso de la libertad y de la paz, sino que genera sentimientos encontrados que no permiten establecer con claridad lo sucedido con este joven, hoy trofeo de guerra.

Acosta es un soldado, como decenas de miles más, pero con mala suerte: en la casa paterna de Arauca pasaba vacaciones con su familia, cuando una tarde, dos hombres con ropa de civiles, pero armados, entraron, lo sacaron a empellones, y se lo llevaron a la fuerza.

“Desde algún lugar de las montañas de Colombia saludo a mi familia (…) Y quiero decirles que me encuentro bien, los extraño mucho, los pienso mucho y espero poder volver a verlos pronto, les agradezco por todo lo que hayan hecho por mí, por todas sus oraciones, por todo lo que han pedido por mí”, dijo en un saludo dolorosamente estremecedor con su voz forzadamente tranquila, mientras a atacaba a los mosquitos que lo rodeaban.

Luego, repite lo que le ordenaron decir: que sus captores pertenecen a una comisión del frente X de las Farc (ellos se bautizaron con el muy extraño nombre de Grupo Armado Organizado Residual de la Estructura Primera), con prácticas viejas y muy conocidas, como esa de secuestrar soldados y luego utilizarlos como moneda de canje para negociar.

¿Cuál es la motivación para irrespetar la dignidad de una persona que, por la misma condición de secuestrada, está humillada, tratada con vileza, rebajada al nivel de los animales, encadenada y obligada a decir lo que sin duda no quiere?

¿Por qué razón el ser humano es capaz de llegar a los más bajos niveles de la ética, solo para satisfacer sus intereses políticos, abominables en la medida en que los derechos humanos y las garantías más fundamentales son atropellados, como si no valieran nada?

¿Qué tiene que ver un soldado con la política del Gobierno, o con las acciones diseñadas por el Estado, para que le den el trato que recibe Acosta, para que a él le cobren lo que no debe, para que se ensañen con él de esa manera tan abominable?

La imagen, similar a otras de militares y policías secuestrados, debe mover a los colombianos a protestar con toda vehemencia contra la violación de los derechos fundamentales del soldado por parte de sus secuestradores.

Pero, hasta ayer, nadie había alzado la voz contra el atropello y la infamia de la guerrilla al presentar a este soldado de la manera como lo hizo esa disidencia de las Farc en su prepotencia indignante.

Sería oportuno y consolador, que los voceros del partido Farc, protestaran contra este abominable hecho de sus exsubalternos. Así, tal vez otros ciudadanos comenzaran a creer en la sinceridad de su discurso pacifista, del que aún hay dudas parcialmente justificadas.

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