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Editorial
La comuna 6
Una subestación de Policía, como la proyectado para Trigal del Norte, no es la mejor manera de contribuir a desmontar el delito.
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Lunes, 8 de Enero de 2018

Si la comuna 6 de Cúcuta fuera una ciudad, sería una de las 35 urbes más violentas de la Tierra. Su índice de 44 homicidios por cada 100 mil habitantes, más su población de 142 mil personas, darían para figurar en esa macabra lista negra.

Su cantidad de habitantes no es nada, comparada con New Orleans y Detroit, en Estados Unidos, o con Fortaleza, en Brasil, ciudades muchísimo más grandes y complejas, con graves problemas de racismo y de miseria.

Uno de los problemas de la comuna es que allí el fenómeno de la violencia no es nuevo, lleva largos años, y las autoridades locales nada han hecho por buscarle una solución de fondo.

Una subestación de Policía, como la proyectado para Trigal del Norte, no es la mejor manera de contribuir a desmontar las muchas causas del delito, que pasan, precisamente, por los elevados índices de pobreza y de marginalidad de toda clase, de la falta de educación y de respeto al otro, resultado todo del abandono secular en que el Estado mantiene a muchas zonas no solo de las ciudades sino del país.

Mucho más útil es invertir en educación —no solo en escuelas y maestros—, a fin de que se logre cambiar algunos criterios de la gente, como el de que todo vale si se trata de alcanzar un objetivo, o el de que todo lo que alguien me haga lo cobro con sangre.

Salvo la posibilidad de que la acción policial sea más rápida en algunos casos, una subestación puede generar efectos contrarios a los esperados. En Atalaya, por ejemplo, cuando se habló de asentar en su teatro al escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) de la Policía, muchos vecinos se opusieron, a pesar del clima de inseguridad callejera de la zona.

En el caso de la comuna 6, el Estado no hace presencia, y ahora que pretende ir, lo hace con su parte más represiva, y esa, quizás, no sea la fórmula, como no lo ha sido en otros lugares.

Hay que llevar educación, mucha, toda la que se pueda, y para todos, a fin de que la gente entienda que es mejor la convivencia en el marco de la paz que en el de la violencia, en el cual todo se mide por el tamaño del revólver.

Cuando un policía pueda ir tranquilo y sin peligro por las calles de la comuna, o por la vía a San Faustino, algo que no pueden hacer ni en grupo, las cosas habrán comenzado a cambiar. Mientras tanto, cualquier inversión en represión no deja de ser inoportuna, inadecuada, ineficaz y, en cierto modo, provocadora.

A los habitantes de esa zona hay que enseñarles qué es un derecho, para que sepan que no se puede violar, y que todos los derechos son sagrados, pero el derecho a la vida es el más sagrado de todos.

A esa zona hay que llevar además vías, agua, alcantarillado, aseo, alumbrado público, salud, educación, oportunidades de empleo, en fin, todo lo que necesitan desde hace años. Luego sí se puede llevar el brazo represivo del Estado.

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