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Editorial
La inefable OEA
Como esa, es la declaración que en la frontera colombo-venezolana llevamos décadas esperando inútilmente los habitantes.
Viernes, 20 de Abril de 2018

No le es dado al humano comprender la manera como actúa la Organización de Estados Americanos (OEA). Cada uno de sus actos parece obedecer a un designio metafísico o extraterrestre.

Con toda razón, en todo el Continente se habla de que es mejor que se acabe ese exclusivo y excluyente club de burócratas privilegiados. Para lo que en realidad hace en favor de los países miembros, no es necesario gastar millonadas en viajes, banquetes, hoteles de lujo y reuniones que a nada conducen.

Y cuando, tal vez por accidente, adoptan sus miembros una medida que tiene algún sentido, genera dudas e interrogantes, pues entra en contradicción flagrante con la realidad. Ocurrió nada más ayer en Washington. El Consejo Permanente de la OEA, reunido de manera extraordinaria, aprobó una ‘Declaración de solidaridad y respaldo hemisférico ante los actos de violencia en la zona fronteriza entre Colombia y Ecuador’.

Sin duda, es lo que se debe hacer: expresar sentidas condolencias a las familias de los dos periodistas y del chofer asesinados por Guacho y su pandilla, y declarar su solidaridad con el pueblo de Ecuador y el Gobierno del presidente Lenín Moreno.

La OEA, además, se declara partidaria de que se materialice la cooperación hemisférica y global que se requiere para enfrentar dicha amenaza. Lo cual, también es correcto y oportuno.

Como esa, es la declaración que en la frontera colombo-venezolana llevamos décadas esperando inútilmente los habitantes. Decenas y decenas de comerciantes, ganaderos, transeúntes campesinos, policías, funcionarios transportadores, turistas… en fin, han sido asesinados por organizaciones criminales de todo tipo que, como en el sur, se mueven sin problemas a ambos lados de la línea fronteriza. Incluso para ciertas organizaciones hay apoyo logístico y tolerancia. Connivencia, para ser más claros.

Pero nada así se produce. Ni siquiera sesiona la OEA ante hechos cada uno más grave que el anterior, como si hubiera diferencia entre una y otra violencia, entre unos y otros secuestrados, entre unos y otros asesinados, entre unos y otros atropellados, entre una y otra comunidad vejada y abusada.

El narcotráfico de allá es el mismo de acá; el contrabando es el mismo.

Pero, acá, hay agravantes que hace rato debieron hacer mover de sus sillones a esa burocracia internacional anquilosada: nos referimos a la crisis humanitaria, esta sí de verdad, que agobia a esta parte del mundo. Sin miles y miles de venezolanos que lo dejan todo —muy poco les queda—, para buscar comida, paz, dinero. En ese orden.

Pero no hay OEA que oiga, a menos que se trate de la guerra personal que tiene el secretario general, Luis Almagro, con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y que no lo deja ver más allá de su nariz.

Hambre, enfermedad, mendicidad, violencia, delincuencia, desesperanza... todo eso y más, traído por los venezolanos, ha llegado solo para incrementar nuestros propios males. La causa es conocida, como conocida es la paciencia de la gente nuestra para recibirlos y mantenerlos acá.

Sin embargo, qué oportuna sería una invitación como la de Washington, para que todo el continente contribuya a una solución. Pero, por ahora, todo esto es sueño.

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