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Editorial
La vuelta de la tortilla
La protesta ecuatoriana y su posterior controversia, cuyos ecos aún resuenan, también contienen a Moreno.
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Viernes, 13 de Abril de 2018

Desde luego que estamos con las familias y de los periodistas ecuatorianos asesinados por una disidencia de las Farc, con el periodismo hermano y, obvio, con el gobierno de Quito. Los asesinados eran colegas y, además, víctimas de la misma guerra nuestra que se niega a morir después de 60 años. Y sentimos dolor e impotencia por lo que ocurre en la frontera colomboecuatoriana.

Quizás sea la misma impotencia que están sintiendo el gobierno y todos los ecuatorianos, al ser conscientes de que no pudieron hacer mucho para tener de vuelta a los periodistas y para quitarse de encima el jinete malvado del narcoterrorismo.

Podría ser la misma —ojalá que no— que sentirían en Venezuela en el caso de que guerrilleros colombianos cometieran actos similares a los que realizan aquí.

Pero, en realidad, al menos para Ecuador, lo que está ocurriendo dentro de su territorio y con su gente, es solo una mínima parte de lo que ha sucedido en las tierras de Nariño y Putumayo, donde la guerra de las Farc fue tan intensa y casi sin daños para los guerrilleros, que encontraban amparo inmediato y permanente en el otro lado de la raya fronteriza, si bien no por acción del gobierno de Quito, pero sí, al menos por su omisión y tolerancia, en aras de la geopolítica y del interés patrio y las razones del Estado...

Es muy probable que el presidente, Lenín Moreno, esté meditando, aunque sea por ejercicio mental, en lo que podrían haber hecho sus tropas si hubieran podido perseguir más allá de los límites, es decir, ingresar a Colombia, y buscar a ‘Guacho’ y su gente.

Al mandatario lo detuvieron, sin duda, la falta de recursos militares, y el hecho de que una situación parecida, pero al contrario, enfrentó a su país con Colombia, cuando tropas extranjeras penetraron en territorio ecuatoriano en Sucumbíos, y en una operación especial mataron a ‘Raúl Reyes’, entonces segundo jefe al mando de las Farc, que hacía años vivía tranquilo fuera del alcance del Estado colombiano. La protesta ecuatoriana y su posterior controversia, cuyos ecos aún resuenan, también contienen a Moreno.

Si en el futuro se atreviera, sería una actitud explicable, basada en la ira contenida que mostró la noche del jueves cuando regresó de afán a Quito al ser informado de que al parecer a los periodistas secuestrados habían muerto.

Esa misma ira, acumulada por décadas, fue la que llevó a Colombia a llegar hasta el campamento de ‘Raúl Reyes’, a riesgo incluso de desatar un conflicto más complicado. Es todo lo mismo, solamente que, al menos en este episodio, la tortilla ha dado la vuelta, por razón de la tolerancia a la que llevan las razones de Estado, que terminan convirtiendo las fronteras en una zona gris donde todo ocurre, menos la acción oficial. Es una zona de nadie en la que el delito se da silvestre, y en donde basta andar media cuadra para estar del otro lado de la raya, a salvo…

Este doloroso episodio es aleccionador, se sabe, y permitirá la comprensión que Colombia ha buscado en vano con sus vecinos, y la cooperación que durante más de medio siglo le han negado.

Muy probablemente nada de esto estaría sucediendo si, desde la primera vez que Colombia se quejó del amparo cómplice que les dan a las guerrillas en los países del vecindario, le hubieran dado la mano.

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