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Editorial
Las muertes tempranas
Todos los involucrados en estos accidentes eran muchachos valiosos, con un futuro promisorio.
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La opinión
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Viernes, 7 de Septiembre de 2018

Son miles y miles de vidas, muchísimas de ellas de jóvenes, las que cada año se ofrendan en Colombia en el precario altar de la irresponsabilidad y de la velocidad, siempre irracional, en calles y carreteras.
 
Solo entre enero y noviembre del año pasado, entre las latas retorcidas de autos y motos accidentados se perdió la vida de 5.803 personas; otras 34.988 terminaron con heridas, casi todas con consecuencias permanentes.

Por estos días, dos tragedias viales similares acongojan a Bogotá y Cúcuta, y obligan a reflexionar sobre si en los hogares se está educando a los muchachos en torno a su compromiso con la sociedad y con las normas de comportamiento.

En el caso de Bogotá, las hermanas Irlanda y Daniela Meléndez, de 23 y 22 años, y el novio de una de ellas, Juan Esteban Sedano, de 25, perecieron en forma espeluznante, cuando el automóvil en que viajaban, guiado por Julián Alejandro Téllez, de 25, se hizo añicos al chocar con un árbol de la Autopista Norte.

Pocas horas antes, Irlanda se había graduado en relaciones internacionales y estudios políticos en la Universidad Militar, y su hermana estaba a un semestre de terminar derecho.

En el caso de Cúcuta, una influenciadora de redes sociales, Karla Michell Estupiñán, pereció cuando el auto de lujo en que venía, al parecer sin medidas de seguridad obligatorias, en grupo, desde Chinácota, rozó a otro, más lujoso aun y del mismo grupo, y ambos salieron de la vía. La joven fue expulsada por la fuerza del impacto, señal de que no estaba usando el cinturón de seguridad.

En ambos casos la velocidad fue la causa de las tragedias. Y consecuencia de ella, obvio, la alta velocidad con que manejaban los jóvenes conductores. En el caso de Cúcuta, uno tiene 19 años y el otro 25.

Al menos en esta tragedia, los conductores no habían ingerido alcohol, pero aun así perdieron el control de poderosas máquinas desbocadas a 140 kilómetros por hora, según cálculos iniciales para el caso local. La velocidad en el accidente de Bogotá fue de 100 kilómetros por hora.

Todos los involucrados en estos accidentes eran muchachos valiosos, con un futuro promisorio, bien preparados académicamente, pero quizás no tan bien en sus hogares, donde enseñarles la responsabilidad y el respeto hacia los demás y hacia las normas legales no parece ser la prioridad.

En esa falta de educación sobre los valores y los principios fundamentales se ubica, precisamente, la causa principal de la cultura de la ilegalidad que corroe a la sociedad colombiana, en especial a la de Norte de Santander. Según ella, todo se vale para alcanzar los objetivos, no importa qué haya necesidad de hacer…

Y es un mal que afecta a todos los segmentos sociales. Basta ver que, por ejemplo, en el caso de Bogotá, las víctimas eran jóvenes sobresalientes en todo lo académico, pero con fallas graves en la formación personal en lo moral y lo ético.

El otro problema, que tiene que ver con la mayoría de los accidentes, es el relacionado con la irresponsabilidad de las escuelas de conducción y las agencias de tránsito del Estado. Unas y otras dan por sentado que el joven que es capaz de poner un auto en movimiento merece la licencia, sin detenerse a pensar que, antes que un vehículo, el muchacho llevará en sus manos un arma altamente mortal…

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