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Editorial
Mandamasismo
¿Qué pasaría si mañana los venezolanos se liberaran de todos los mandamases que los controlan?
Lunes, 24 de Octubre de 2016

América Latina ha sido propicia para que florezcan, así sea por poco tiempo, formas de gobierno autoritario que no se dan en otras partes del mundo.

Soberbios, por estas tierras han desfilado caciques, conquistadores, virreyes, gamonales, dictadores, autócratas, amos y señores, en fin, mandamases de todas las pelambres.

Y algunos países se han mostrado históricamente proclives a que los manden, les ordenen, les digan qué y cómo hacer, en vez de que los gobiernen con legitimidad surgida del consenso ciudadano.

Quizás alguna razón pueda hallarse en las formas de gobierno que Europa encontró cuando decidió invadir esta parte del planeta. El caciquismo, común en el territorio, puede ser un ejemplo.

Era una forma de gobierno local donde alguien —de ordinario el más fuerte— decidía cómo debía comportarse la sociedad que gobernaba. Era dueño de bienes y de vidas. El cacique era la ley.

Ese caciquismo trascendió los tiempos y, reformado, se asentó, poderoso, en toda la región. Hoy se mantiene. Que se le llame clientelismo no quiere decir que, en esencia, no sea el mismo fenómeno aberrante, porque el cacique es elegido una vez y luego se eterniza o transmite en herencia a sus hijos la clientela.

Ha habido gamonalismo, ese sistema de dominio de hacendados advenedizos y muy poderosos, de ordinario “sin casta y sin refinamiento”, que expandieron su poder socio-político y sus tierras a costa del expolio y el abuso, respaldados por la violencia. Los gamonales eran —y son— el juez, la ley y el Estado. Su poder descansó sobre la manguala “del cura, el terrateniente y el abogado”…

Estos fenómenos permitieron que en América Latina se sucedieran, hasta hace muy poco —como antecesores de los dictadores— los caudillos, líderes carismáticos que para acceder al poder y al gobierno “apelaron a mecanismos informales y difusos de reconocimiento del liderazgo por las multitudes, que depositaban en ‘el caudillo’ la expresión de los intereses sociales y la capacidad de resolver los problemas comunes”.

Quizás en todo esto pueda encontrarse explicación a lo que sucede en Venezuela desde hace varios años, sin que haya una salida a los problemas cada vez mayores de una sociedad frustrada, desmotivada y sometida.

Por un lado, los gobiernos autócratas, con claras muestras de caudillismo y de dictadura respaldadas por un principio democrático de legitimidad. Nadie, dentro del gobierno, se opone al dictado del mandatario. Ya está más que demostrado, no está permitido, a menos que quiera quedar fuera de toda opción incluso de supervivencia económica.

Por otro lado, la oposición, guiada por una serie de líderes que no han sabido actuar en los tiempos debidos, sigue capitalizando el creciente descontento sin lograr la movilización suficiente para alcanzar verdaderas definiciones que le den al país la lejana posibilidad de un cambio de rumbo.

Pero, ¿qué pasaría si mañana, los venezolanos, unos y otros se liberaran de todos los mandamases que los controlan y decidieran seguir por su cuenta en busca del futuro que parece escapárseles?

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