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Editorial
Más que cuestión de creer
Ninguno de los recursos para sustituir esos cultivos les ha llegado y, lo peor, nadie les explica lo que sucede.
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Viernes, 20 de Octubre de 2017

Antes, quizás era lo adecuado. Chi va piano va sano e va lontano, se decía, de acuerdo con el ritmo de los tiempos de entonces. Hoy, lo de ir despacio para ir bien y llegar lejos no es, ni de lejos, una práctica social. Los tiempos de hoy son de rapidez, de velocidad; del ya.

Desde luego, esa inmediatez debe llevar implícita la garantía de que todo irá bien y de que se llegará lejos. Como antes, pero ahora mismo.

No entenderlo o entenderlo y no actuar en consecuencia, es apostarle todo al fracaso rotundo, a la pérdida de confianza por parte de quienes esperan que, por ejemplo, los actos de gobierno estén exentos de la paquidermia que caracteriza a burocracias anquilosadas y de grandes asentaderas sobre mullidos cojines.

El futuro del proceso de paz, es decir, el futuro de la paz, está en entredicho, aunque a los responsables de que sea una realidad no les parezca. Por todas partes, las comunidades claman que, por favor, lo prometido por el gobierno para sustituir cultivos de uso ilegal, por ejemplo, lo cumpla ya, no en la tarde, sino ahora. 

El país está ante la disyuntiva de que se materializan tantos proyectos y programas anunciados desde cuando se dialogaba en La Habana, o regresa la guerra. Quizás no con los mismos actores contrarios al Estado, pero combatientes y guerra, al fin y al cabo.

Hemos extrañado que un ministro como Rafael Pardo, ya en dos o tres ocasiones haya incumplido las citas con esta región, por la razón que sea —que jamás puede ser más importante que la de generar la confianza que nunca ha habido en el Estado en la zona más abandonada de Norte de Santander— para darles la cara a los cocaleros del Catatumbo, quienes aún guardan la esperanza de que se cumplan las promesas del estado. 

En el Catatumbo hay campesinos que, motivados por las promesas incluidas en todo el plan de sustitución de cultivos de uso ilegal, acabaron con sus cocales, pero hay señales que indican que se están arrepintiendo: ninguno de los recursos para sustituir esos cultivos les ha llegado y, lo peor, nadie les explica lo que sucede.

La situación es muy parecida a la que dio origen a la guerra: funcionarios del Estado, centralista y marginador, llevaron a que los campesinos de vastas zonas abandonadas por la falta de acción oficial, se levantaran en armas a reclamar lo que creían suyo.

En síntesis, la guerra nació en los escritorios de burócratas bogotanos que carecían de todo conocimiento de lo que era, y es, en realidad, Colombia. Y una nueva generación de los mismos burócratas, están obligando de nuevo a que resuenen los tiros, llevando a los campesinos a las vías de hecho, ante el incumplimiento de las vías de derecho que, en teoría, fueron creadas para ellos.

Hoy, para los burócratas, obligados por sus partidos, valen más 20 votos con destino a las próximas elecciones, que el interés nacional, que la esperanza de todos los colombianos, de tener un país en paz.

Y la razón es sencilla: la guerra no se libra en sus despachos ni en sus clubes ni con sus hijos, sino en la periferia, donde viven los más pobres, los más débiles y abandonados.

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