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Editorial
Odio y balas
Las diferencias entre Colombia y Estados Unidos en el tema de control de armas a civiles.
Sábado, 20 de Junio de 2015

En Estados Unidos, como en Colombia: las calles están llenas de odio y de balas. Odio al que piensa diferente, al de otra raza, al de distinto credo, al de otro partido, en fin, odio al que no es como uno. Y para materializar el odio están las armas y las balas.

Un joven estadounidense blanco, “dulce y solitario”, le sugiere a un amigo que “los negros se están apoderando de este país, violan a nuestras mujeres y nadie hace nada por evitarlo…” Dos meses antes, en su cumpleaños, su padre le regaló una pistola .45, quizás el arma personal más poderosa en Estados Unidos.

Todo ocurrió en Charleston, hermosa y emblemática ciudad de South Carolina, el estado que se negó a liberar a los esclavos y causó con ello la Guerra de Secesión, una de las matanzas más infames de esta parte del planeta en el siglo antepasado.

Dos semanas después, ese dulce chico fue hasta la histórica iglesia Emmanuel, con su pistola encañonó a los feligreses, les gritó las mismas palabras que dijo al amigo y los condenó a morir. De inmediato disparó y mató a nueve negros que rezaban.

No es, como pudiera pensarse, una masacre aislada. No, cuando el odio —igual al que crece silvestre en Colombia— es el disparador de la pistola de regalo. No es una matanza casual, es uno más de 300 mil episodios de odio que ocurren cada año en el país más poderoso del planeta. Odio y armas, allá y aquí, ¡vaya combinación!

Allá, como aquí, los sitios informativos de internet revientan de insultos contra el que escribe lo que no les gusta a otros, de procacidades sin fin dirigidas a quienes, por la razón que sea, son diferentes incluso por usar los colores de un equipo deportivo.

En un breve discurso premonitorio con motivo de la masacre de Charleston, el presidente Barack Obama dijo palabras que también valen para este país: “En algún momento este país tendrá que enfrentar la realidad de que este tipo de violencia no sucede en otros países avanzados (…) Cualquier tiroteo que causa múltiples víctimas es una tragedia”.

“Otra vez gente inocente muere porque alguien que quería causar daño no tuvo obstáculos para obtener un arma”, dijo Obama, en referencia a la lucha, hasta ahora inútil, que libra para que se prohíba el uso de un arma, que se puede conseguir, junto a la leche, en el supermercado del barrio.

Allá hay cada vez más odio; acá, también. Allá no hay control de armas, porque los abogados de los fabricantes y la Constitución lo impiden; acá, tampoco hay control, porque las autoridades prefieren dedicarse a otras cosas.

A diferencia de allá, el odio en Colombia se sugiere, se determina por muy altos personajes de la vida pública a través de los medios de comunicación. A diferencia de acá, allá el odio y las balas llevan a la cárcel o a la muerte a las personas que los usan.

Negar el odio en Estados Unidos es tarea a la que nadie se atreve: cada día hay decenas de incidentes que lo confirman, muchos de ellos protagonizados por agentes de la ley. Negarlo en Colombia es algo que se practica todos los días, a pesar de que, igual, los hechos son tozudos y cada día lo reiteran.

Pero, tanto allá como acá, la situación sería menos trágica si hubiera un control de armas. Acá no las venden en el supermercado, pero en la esquina siempre hay una persona que sabe quiénes, dónde, cómo y por cuánto las venden… o las alquilan.

Allá ya no hay guerra interna. Acá, con intensidad la mayoría del país desea que se acabe. Pero el odio no deja que las armas se silencien. Odio y armas, fórmula fatal.

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