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Editorial
Un diagnóstico más
Mientras no haya avances, toda iniciativa, gubernamental o no, será un fracaso más. 
Jueves, 20 de Septiembre de 2018

Cuando el fenómeno de la coca salga de la etapa de diagnósticos y estudios sobre su realidad y su incidencia en la sociedad, podría ser un poco tarde para, de verdad, entrar en la etapa de la praxis en busca de enfrentar el fenómeno.

La base de cualquier política, incluso la de la fracasadísima guerra contra la droga de Estados Unidos, que pretende revivir el Estado colombiano, debe atender, con prioridad, NO un solo eslabón de toda la cadena del narcotráfico, sino todos y, en especial, el del consumo.

Mientras no haya avances en ese aspecto, toda iniciativa, gubernamental o no, será un fracaso más. El problema está en que Estados Unidos no cree que sus miles y miles de consumidores, que cada año aumentan, sean la raíz del asunto; y si en algunos sectores del gobierno de ese país hay conciencia al respecto, nadie se ocupa de aplicar soluciones.

Prefieren imponer sus puntos de vista amenazando con descertificar al país que se defienda con el argumento de que si aumenta la producción es porque así lo ha determinado el incremento en el consumo. Es la indiscutible ley de la oferta y la demanda: por lo general, la oferta crecerá si lo hace la demanda.

Desde luego, Europa (España, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, casi en ese orden), tienen también mucho que ver con el incremento de los cocales y de la producción de cocaína en Colombia. En esos países, los ejecutivos también se polvean la nariz a diario… Pero, al menos, no acuden a su doble estándar moral.

El más reciente estudio sobre los cocales colombianos es de la Organización de Naciones Unidas (Onu), y según él, aunque la cifra global es un poco menor a la que maneja Estados Unidos, señala que en Colombia hay 171.000 hectáreas de cocales, lo que, al menos en Nariño, significa 17 por ciento más que el año pasado.

Pero, como se ha dicho muchas veces, el problema del narcotráfico no está en los cultivos de coca, marihuana o amapola; ellos son apenas una parte esencial del fenómeno, pero no todo el fenómeno.

La publicación de las cifras solo buscan presionar la erradicación forzosa de cultivos, algo que nunca ha dado los resultados esperados, no ha funcionado. Por si acaso, cuando la fumigación empieza en un sector, además de causarles daños a los cultivos legales, genera desplazamiento de campesinos, en busca de zonas en dónde seguir cultivando la coca o lo que sea. La razón está en que siempre habrá compradores para la hoja, porque siempre habrá quiénes la transformen en polvo para las prominentes narices de Estados Unidos y Europa.

Y, así, más bosques se verán afectados —algo que destaca la Onu tiene que ver, precisamente, con la destrucción de parques naturales y zonas boscosas—, y más tierras se verán sometidas a la fumigación, y los ríos de dinero continuarán desbordados...

Controlar el consumo, el flujo de dineros del narcotráfico, el transporte de la droga, y la distribución en los mercados, son aspectos que deben ser atacados en forma simultánea, y no concentrar esfuerzos para eliminar al cultivador, que es el eslabón más débil de la cadena. 

 

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