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Editorial
Universidad negociada
¿Por qué razón se tienen que negociar los dineros para el fundamental derecho a la educación?
Sábado, 15 de Diciembre de 2018

Terminó, por fin, la negociación en torno de la financiación de la universidad, y con ello se acabó, parece, parte de la violencia callejera, que estaba llevando, poco a poco, a situaciones inmanejables, por la presencia de provocadores y la respuesta nada amable pero lógica del Escuadrón Móvil Antidisturbios de la Policía (Esmad).

Fueron dos meses largos de diálogo con la presidencia y de paro universitario que se hubieran podido eludir con mayor voluntad política y mejor disposición del Gobierno a reconocer el estado mendicante de la universidad pública. Prueba de la falta de voluntad está en que, del “no hay dinero” inicial, se llegó a un acuerdo de 4.5 billones de pesos de incremento presupuestal durante cuatro años.

Aunque no es la solución a los graves problemas de la universidad pública —y de la educación en general—, lo conquistado por los estudiantes es un avance importante, en momentos en que los recursos del Estado tienen, prioritariamente, destinos diferentes y preocupantes.

De nuevo se plantea una inquietud de décadas: ¿por qué razón se tienen que negociar los dineros para el fundamental derecho a la educación, no así, por ejemplo, los de la guerra, o los destinados a la paquidérmica burocracia estatal, o los de los órganos de la Justicia?

Respecto de la educación, el Gobierno —los gobiernos, todos, en realidad—, podrían, a su vez, negociar con organismos multilaterales la inclusión de Colombia en programas como la Prueba Pisa, destinado a medir el rendimiento académico de los estudiantes en matemáticas, ciencia y lectura, que condiciona la formación de los muchachos dentro un marco determinado.

Hoy, en Colombia, al menos, todo el aparato escolar está dedicado a formar estudiantes que se desempeñen con éxito en la Prueba Pisa, y a buscar que el país mejore siempre en el escalafón mundial. Y no es que esté mal que los muchachos se hagan mejores matemáticos, mejores científicos, mejores lectores. Claro que no.

Pero, ¿alguien en el gobierno se habrá preguntado por qué a los estudiantes no les miden su rendimiento académico en humanidades? 

La respuesta es: porque el programa fue diseñado por la Organización Para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), donde el humanismo no interesa ni cuenta.

Y en Colombia sí que hace falta una juventud diferente, cuya actitud vital se base en una concepción integradora de los valores humanos, es decir, que antes de ser matemáticos y científicos los jóvenes se sientan seres humanos y entiendan que todos los demás semejantes a ellos son también humanos y así los traten.

Si la Ocde tiene menester de un mundo de matemáticos y científicos, pues que aporte dinero para ello, porque el poco que tenemos lo necesitamos para hacer mejores seres humanos, hombres y mujeres que entiendan que vivir en paz es más que no tener guerra: es comportarnos con principios y valores ya suficientemente probados como factores de mayor o menor felicidad.

Si este cambio no se da, la educación seguirá siendo objeto de negociación y la guerra una posibilidad de negocios, como lo ha sido hasta ahora, en la que la juventud seguirá pereciendo incluso antes de entender que puede ser feliz...

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