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Editorial
Vida y oro
La codicia es una consejera incansable, un acicate inconfundible que jamás dejará de estimular a los empresarios del oro.
Lunes, 27 de Marzo de 2017

La contundente negativa a que su pueblo se convierta en un foco minero, en vez de uno de vida a través del agua, hace de Cajamarca y su gente un pueblo como pocos: sensato, prudente y con visión muy clara del medioambiente y del futuro.

Pueden ser más de 28 millones las onzas de oro sepultadas en el vientre de La Colosa, una de las minas de oro más grandes del planeta, pero para Cajamarca valen más las arracachas que cultivan sus campesinos y con las que, ellas en mano, hicieron campaña contra los intereses de la poderosa minera AngloGold Ashanti.

El resultado de la consulta popular del domingo, en la que 97,92 por ciento de los votantes dijeron no a la explotación de La Colosa, sin duda servirá como un ejemplo vivo de que la voluntad popular bien canalizada alcanza cualquier resultado.

La consulta popular, sobre la que ahora hay discusión en el sentido de si es obligatorio para el Estado atender la voluntad popular o no, es un mecanismo ideal para que las comunidades determinen qué hacer con sus intereses. Y el Estado no puede eludir su obligación de respetar esa voluntad de sus ciudadanos.

Nadie puede negar las enormes posibilidades económicas de La Colosa, tanto para la minera sudafricana como para los habitantes de Cajamarca y alrededores (los que menos) y el Estado. Pero de esas posibilidades son conscientes los votantes que el domingo prefirieron el agua sobre el oro, las arracachas sobre las regalías.

Y si en todo el país se tomaran decisiones similares, el mundo tendría unas esperanzas más sólidas de sobrevivir que las actuales, y el futuro de generaciones sería más agradable del que las espera por razón de la manera irracional como se arremete contra el medioambiente, y con mayor razón desde la minería intensiva.

‘El agua es vida, el oro es vanidad’. Esa es la manera de pensar de Alberto Peña, un campesino que votó por el no. Pero, ante el poder de las corporaciones que dominan el mundo, quizás esa frase no sea más que un lema llamativo para citar.

La codicia es una consejera incansable, un acicate inconfundible que jamás dejará de estimular a los empresarios del oro a buscar la forma de desenterrar el inmenso tesoro que alberga La Colosa.

De todas maneras, Cajamarca espera que no solo respeten su voluntad, sino que se disipen de una vez y para siempre las dudas de diversos sectores, empezando por el alcalde Pedro Pablo Marín, apoyado por el Centro Democrático, que consideran que no hay suficiente claridad en las normas legales sobre lo que se debe hacer…

Es lógico pensar que si la votación no obligara al Gobierno a actuar como lo dijeron los electores, no se hubiera autorizado la consulta, que estaría condenada así a ser una especie de saludo a la bandera, una decisión inocua, una pérdida de recursos.

Los habitantes no quieren que La Colosa se explote. Es así de claro. Quieren preservar sus fuentes hídricas, quieren vivir y dejar vivir. ¿Por qué el Gobierno no lo entendería? No habría razón alguna.

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