La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Frontera
Así se sobrevive en Venezuela sin efectivo, sin bolívares soberanos
Ana se encuentra en el desamparo de la escasez de los bolívares, pero no se desprende de los brazos de su país. 
Image
La opinión
La Opinión
Sábado, 25 de Agosto de 2018

Enrollando hojas secas sobre una mesa de madera, Ana mueve sus dedos ágilmente para completar una canasta de mil tabacos y recibir el pago de 120 mil bolívares fuertes, o 1,2 bolívares soberanos, equivalentes a escasos 324 pesos colombianos; sin embargo, desde hace 11 meses sus manos no tocan los billetes devaluados por los que trabaja.

Ana Bermúdez es una santandereana de 45 años, que desde hace 19 años encontró en San Antonio del Táchira, Venezuela, la oportunidad para trazar un horizonte de vida.

El 12 de enero de 1999 cruzó un mapa desconocido más allá de la  frontera y con las manos vacías, cargadas de desconsuelo por la violencia, pero pesadas por el amor de sus hijos, atravesó las puertas de Cúcuta y encontró en los brazos de Venezuela la esperanza para su nuevo hogar. Hoy, sin embargo, solo carga desesperanza por la escasez de bolívares.

Desde octubre del año pasado, baja como costumbre los 100 escalones que adornan el cerro donde resguarda su hogar, hasta llegar a la carretera y tocar la puerta en la casa de su jefe.

Aunque extiende sus manos ásperas por la resequedad de las hojas del tabaco, solo recibe una tarjeta bancaria que hace la misma carga de la devaluación en la moneda venezolana. 

“Acuérdese que solo puede gastar 36 mil bolívares fuertes”, es el comentario que Ana guarda en sus bolsillos mientras hace las compras,  porque el maletín que trae al costado de su espalda ya no guarda los fajos de bolívares que demoraba semanas en ahorrar y que se desvanecían como el soplo del viento en las hojas de tabaco al desaparecer de su alcancía.

Camina 3 kilómetros hasta encontrar los supermercados de San Antonio del Táchira y con el cansancio en sus piernas busca fuerzas para correr tras la suerte de encontrarse con alguno de los tres sitios que reciben pago por puntos.

Una limitación que interpuso el gobierno venezolano para frenar la escasez de la moneda y a pesar de que Ana es una colombiana indocumentada al otro lado de la frontera, sufre como una hija venezolana la crisis económica de aquel país.

Con las ganancias de los 3 mil tabacos que Ana  hace a la semana, solo le alcanza para comprar 2 kilos de carne en 32 mil bolívares fuertes  y 1 cartón de huevos en 4 mil bolívares.

Aunque ya no están los fajos de billetes, continúa sacando las cuentas en su mente para decidir qué es más rentable y necesario a la hora de preparar la comida.

La gran pregunta de siempre

¿Verduras o carnes?, se pregunta una y otra vez, indecisa, como si fuera el primer día que hace mercado en su vida; sin embargo, es el mismo interrogante que se plantea al sacar de sus recuerdos los 360 bolívares soberanos que dispone en la tarjeta de su jefe.

El precio de los productos aumenta si se paga con este medio. 

1 kilo de harina pan, que en efectivo cuesta 800 bolívares fuertes, vale 4.500 bolívares al pagarlo con tarjeta.

Por eso, Ana abraza con su vida los productos que consigue, para llevarlos a los platos de su familia. 

Ya no le pesan las manos como cuando cargaba las grandes bolsas de mercado, ahora le duelen al sentir el vacío de no sujetar todos los alimentos que desea comprar, y que se abstiene de buscar por los elevados costos.

En una fila, espera pacientemente pagar los 2 kilos de carne y el cartón de huevos, el sistema se retrasa y Ana se detiene a pensar en que no se vaya la energía eléctrica para alcanzar a pagar las compras.

Mientras, otra preocupación le asalta: no tiene leña para la cocina que improvisó en el patio de su casa desde hace 10 meses por la falta de gas, y que reemplazó a la vieja estufa eléctrica, apagada durante días enteros por el racionamiento de energía.

El olor de la leña la eleva a un pasado marcado por las pisadas de caballo en las tierras de cultivos de palma africana de Sabana Torres, Santander, productor de petróleo y gas natural, que se reemplazaron por las huellas marcadas de las botas paramilitares, en un camino de señalamientos por el conflicto armado. 

Los paramilitares le mostraron el rostro sanguinario de la violencia y Ana escapó de una muerte anunciada para evitar que sus hijos se perdieran en las garras feroces de los ‘paras’, lanzándolos a los brazos de Venezuela.

Esta mujer se las ingenia para cocinarle a su hijo con síndrome de down, mientras Eliécer recorre las calles del centro de San Antonio, empujando a rastras un carrito de tinto para conseguir diariamente 200 bolívares fuertes.

Así como Ana busca los supermercados que reciben pago por puntos, cruza al otro lado del puente Internacional Simón Bolívar, hasta una casa de cambio, donde convierte el millón de  bolívares fuertes  en 40 mil pesos, que ahorra Eliécer a la semana. Son los únicos billetes que carga y desaparecen como el soplo del viento en las hojas de tabaco.

En los locales comerciales de La Parada compra el café, la harina pan, la papa y el arroz, menú obligado de su hogar y al que a veces adorna un pedazo de carne o un huevo.

A pesar de que junto a su familia cruzó montañas buscando un camino para resguardar la vida, hoy esta se le va en la supervivencia diaria como una colombiana en medio de la crisis venezolana, que busca mantenerse con los bolívares soberanos, billetes que aún no conoce ni llegarán a sus bolsillos.

*Por: Angélica Rojas | Periodista Metrópolis

Temas del Día