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Frontera
Caridad y voluntad, por los inmigrantes
"El colombiano es buena gente pero tiene miedo de ayudar", dicen los venezolanos.
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Helena Sánchez
Sábado, 25 de Agosto de 2018

Martha Socorro Duque Vera, lideresa social de Pamplona, vive en la primera casa entrando a este municipio, en el paso obligado de los venezolanos.

En una caseta de madera, donde antes había un vehículo, pasan la noche 20 personas en un albergue improvisado, para que no duerman a la intemperie.

“Es muy duro ver a las personas enrolladas en una sábana, en este frío”, dice.

En su casa aloja mamás lactantes con sus bebés y, en ocasiones, dispone de otras áreas de su hogar, por la cantidad de gente que llega.

“Tengo un fogón de leña afuera, y hay gente que regala verduras y se echa todo a la olla”, relata. “Ya les enseñé a que ayuden a preparar, porque es difícil uno solo para todo”.

Sin embargo, la Policía le ha llamado la atención, y ella se sorprende, porque lo que se hace en Pamplona lo logra la sociedad civil, gente como ella, que salva inmigrantes.

“No es necesario tener dinero”, afirma. “Yo soy un ama de casa, no tengo trabajo, y no sé cómo he podido ayudar a tantísima gente… Es cuestión de tener la voluntad y unir esfuerzos”.

Afirma que en este momento está en riesgo la vida de las personas, y se le ve adolorida por cada escena y cada historia.

“Me dolió mucho el caso de una señora que estuvo acá con su pareja y un bebé, y se quería bañar; le ofrecí champú y se puso a llorar. Dijo que no tenía cabello porque se lo habían quitado todo”.

En su casa, “se solventa una noche de abrigo, una comida, para que cojan fuerza y puedan continuar”, pero a estas alturas, “me duele el corazón y el alma, que me toquen esta puerta y llegue una persona con un bebé, casi con hipotermia y no abrirle las puertas”.

Duque es hasta investigadora, pues recoge datos, busca el Sisbén de algunos, como el de Jairo Zúñiga Peña, de 64 años, un colombiano que está hospitalizado y busca a su familia.

“Tiene una cardiopatía, y dice que no quiere regresar a Cúcuta porque la odisea fue muy grande. Vamos a ver si lo estabilizan y se consigue que la Cruz Roja nos apoye en Cali, y le ubiquen la familia”, dice. “Es así como actuamos: no tenemos dinero, pero si unimos voluntades se puede hacer mucho”.

En sus cuentas, ha atendido más de mil inmigrantes, pero espera alguna solución.

“Que las autoridades se pongan de acuerdo: o los dejan avanzar, o no los dejan pasar de Cúcuta, porque esto se convirtió en un problema social para todos estos pueblos, y un dolor para la gente que viene buscando una oportunidad”.

Caridad universal

ICU Pamplona, es el Instituto de Caridad Universal, organización civil que apoya a los venezolanos.

José Luis Muñoz afirma que a la fecha se han entregado más de 600 piezas de ropa, y en el registro hay hasta profesores y exempleados del gobierno venezolano.

Ellos se encargaron de instalar una pancarta en el puente del barrio Chíchira, donde se reúnen los inmigrantes para descansar, frente a la casa de Duque.

Solos, armaron la infografía de la ruta que indica a los caminantes la altura, el riesgo, y los sitios a los que llegarán.

También dicen cómo ayudar, con cobijas, chaquetas, medias, gorros, zapatos que no se usen, así como bocadillos, agua, panela y comida.

“Al menos se les da un aliento, para que no pierdan la luz”, dice Muñoz, quien permanece alerta para quien necesite auxilio pues, “aquí no hay sábados, no hay domingos, no hay festivos; aquí todos los días está la necesidad sentida”.

El horror de las mafias

Indocumentados, los venezolanos pasan por trochas, y son víctimas de las mafias compuestas hasta por connacionales que controlan estos tramos.

Rossi Guevara fue víctima de un coyote.

“Mis hijos y yo entramos (a Colombia) por la trocha”, cuenta. “Fue bastante fuerte. Nos cobraron 60 mil pesos para poder entrar, y el coyote me quitó a mi hijo porque me lo confundió con un colombiano; tuve que mostrarle los papeles para que me lo pudieran entregar”.

A José Daniel Ochoa unos policías lo robaron saliendo de San Carlos (Cojedes), y aunque le dieron ‘cola’ (aventón) para llegar a San Cristóbal, y luego a San Antonio del Táchira, allí pagó por el paso de una trocha.

“Pagamos 100 mil pesos, una máquina de afeitar y un secador de pelo, y nos pasaron de una vez”, afirma.

Al grupo con el que andaba, le pasó lo inesperado: lo robaron venezolanos.

“Nos juntamos con otros que conocimos en Cúcuta, y se nos llevaron 120 mil pesos”, que llevaban en un tarro. Los sujetos les mintieron, diciendo que los llevarían al bus, pero se perdieron con unas chupetas y el dinero.

En las trochas no hay tarifa. A veces cobran 20 mil pesos, pero les quitan elementos valiosísimos para la travesía, como tenis y ropa, y a las mujeres, los traficantes de cabello las trasquilan por menos de 20 mil pesos.

En los buses ya hay tarifa diferencial: “con papeles, 120 mil (pesos) a Bogotá; sin papeles, 180 mil (pesos)”, a riesgo de quedar tirados en cualquier orilla del camino.

La Cruz Roja, inquebrantable

La Cruz Roja es la única entidad que apoya en un punto permanente, a las afueras de Pamplona, y ve pasar entre 250 y 300 caminantes a diario, aunque ocasionalmente la ambulancia de la Agencia Nacional de Infraestructura también ayuda a quienes se quedan en el camino.

Atienden sus ampollas, y sus profesionales alivian los dolores articulares, gastroenteritis, fiebres, y malestares generales.

Además de brindar primeros auxilios para un promedio de 40 a 60 personas al día, otorgan conexión a internet, llamadas y energía para quienes aún tienen celulares.

Un psicólogo se encarga del apoyo psicosocial, pues la afectación emocional es constante.

Un paisano en el camino

Juan Manuel Freites Aguilera es un atleta venezolano en retiro, quien a sus 50 años quiere volver a darle la vuelta a Suramérica en bicicleta, pero en la ruta encontró a sus paisanos caminantes, y se dedica a ayudarlos.

“Es doloroso. He botado muchas lágrimas viendo cómo la gente sufre, sobre todo en la subida, en el páramo”, dice. “Yo voy bien, en bicicleta, pero hay personas que sufren porque todo va en contra…”

Suma siete días pedaleando y caminando con ellos, viviendo sus experiencias, para saber qué ocurre con los suyos, haciendo lo que jamás hizo ni consigo mismo: recibir provisiones.

“Colombia es un país que me trata bien y lo que consigo lo comparto con ellos”, cuenta. “Me siento muy orgulloso. Ahora sí sé que mi objetivo de pedalear está ayudando a alguien y consigo agua, les doy, comida, pan, y todo lo que me puedan dar”.

“El colombiano es buena gente pero tiene miedo de ayudar, porque lamentablemente hay unos venezolanos que han venido a hacer daño, pero no podemos generalizar. Yo no he dicho que un colombiano no sirviera, aunque me haya tratado mal”.

En su correría, afirma que aún falta apoyar más a los venezolanos que son refugiados y desplazados.

“La Cruz Roja da medicina y agua, pero podría ayudarlos al menos a llevar los bolsos de un lugar a otro”, dice, a la vez que señala que la ayuda internacional, como la de los Estados Unidos debería servir para que ese país también abra sus puertas.

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