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Cúcuta a comienzos del siglo XX (I)
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Sábado, 26 de Noviembre de 2022

A mitad de la primera década del siglo, en 1905, la ciudad apenas se reponía de las atrocidades sufridas en la guerra de los tres años, la que posteriormente llamaron la ‘Guerra de los mil días’. Después del terremoto sufrido treinta años atrás, las autoridades empezaron a darse cuenta de la importancia que la ciudad ofrecía al progreso de la nación y por esa razón pusieron sus ojos sobre la región.  Para esa época, el gobierno central comenzó por realizar el primer censo de población de ese siglo, el cual arrojó la cifra de 15.312 habitantes que en términos de crecimiento, representaba menos del uno por ciento anual respecto de la cantidad de habitantes en el momento del terremoto.

En realidad la ciudad era un pueblo grande con sus tradicionales oportunidades que le brindaba la modernidad de esos primeros años del siglo. Había transporte masivo a pesar de las relativas cortas distancias, sin embargo, la gente y las mercaderías se movilizaban en tranvía desde las estaciones norte y sur de la ciudad y las importaciones y exportaciones empleaban el mismo servicio, que se hacía por la vía del Lago de Maracaibo y eso que aún no se explotaban las reservas petroleras del Catatumbo, apenas en ciernes.

Estaba en pleno auge la utilización del ‘kerosene’ importado y cuya marca era ‘Luz Diamante’ artículo previo a la recordada ‘Luz América’ producto de la destilación lanzada al mercado por el general Virgilio Barco luego de haber obtenido la concesión que llevaba su nombre. Se vendía al por mayor a $50 la caja de 15 galones y la caja de 10 galones a $30.

Los licores de mayor demanda eran el Brandy cuyo precio oscilaba entre $80 y $82 la caja de 12 botellas y el vino seco (tinto) entre $85 y $90.

Entre los llamados productos de primera necesidad que se ofrecían en el mercado central estaban la manteca en latas de 5 libras a $85; el azúcar a $9 la arroba y el arroz del país a $50 pesos la arroba.

Los medicamentos, en su mayoría importados, salvo aquellos preparados por afamados médicos y farmaceutas titulados en el exterior, eran ofrecidos para la cura de todos los males conocidos hasta entonces. Aunque la Botica Alemana había sobrevivido al terremoto y reconstruida posteriormente por los propietarios de las grandes casas de comercio de esa misma nacionalidad, el advenimiento de las nuevas generaciones de médicos quienes habían instalado sus propios laboratorios, ofrecían productos alternativos con la ventaja que podían consultar al especialista directamente sobre las dosis y demás inquietudes que le surgían al paciente.

El caso más exitoso fue el del doctor Villamora, quien una vez instalado, abrió su Botica Nueva que anunciaba “…un surtido de medicinas puras continuamente renovado y muchas especialidades; todo a los precios más bajos de la plaza”. Para curar el paludismo vendía el ‘afamado’ Febrífugo a $1.20 el frasco y las píldoras para el mismo mal pero que además combatían la anemia a precio similar. El jarabe Pectoral para las enfermedades del pecho a $0.80 el frasco y por el mismo precio se ofrecía las píldoras tocológicas para los desarreglos de la mujer. Los avisos se remataban con la advertencia que estos medicamentos se expendían únicamente en esta botica y eran preparados directamente por el doctor Villamora.

En otro campo, empezando el año, el 24 de enero, el señor obispo de Pamplona designó como cura párroco y vicario de San José de Cúcuta, en reemplazo del presbítero  David González quien se desempeñaba interinamente desde el año anterior, cuando fue removido de su cargo el sacerdote Domiciano Valderrama y trasladado al curato de Chinácota, al presbítero Demetrio Mendoza. 

En su comunicación al Prefecto de la Provincia de Cúcuta, el gobernador Alejandro Peña Solano le dice: “…tengo conocimiento de que el señor obispo, con tino y acierto con que siempre obra, ha designado para párroco de esta ciudad, al ilustrado doctor Demetrio Mendoza, notable hijo de esa localidad. Me permito recomendarle y por su conducto a las demás autoridades y empleados de esa ciudad, lo mismo que a los ciudadanos, el apoyo, respeto y consideraciones a que el doctor Mendoza es acreedor como ministro de nuestra santa religión, como sacerdote ilustrado y virtuoso y como notable hijo de Cúcuta”.

Ahora bien, el padre Mendoza estuvo al frente de la Vicaría de San José de Cúcuta durante 21 años, hasta 1926, cuando fue trasladado al Vicariato de Chinácota. Una de sus primeras obras y tal vez la más importante, fue la reconstrucción del templo, que había sido devastado por el terremoto y aún permanecían sus ruinas a la vista de sus pobladores. Tardó varios meses desde su instalación como párroco en lograr los recursos para la construcción del templo mayor de la ciudad.  Fue durante el mes de noviembre del mismo año que se dio la partida para la restauración del templo, la que se hizo con toda la pompa acostumbrada.

Entre lo más destacado del programa, se cita el discurso del doctor Emilio Ferrero Troconis, a la sazón Representante a la Cámara por la circunscripción de Cúcuta, quien se constituyó en el mayor apoyo del vicario para la consecución de los recursos y según expresó en sus propias palabras: “…los trabajos habían quedado paralizados hace muchos años; la maleza invadió el sacro recinto y la obra ultrajada por el tiempo y también por los proyectiles homicidas de la guerra última, parecía más el esqueleto de una desmantelada fortaleza que no la alegre fábrica de una catedral católica. Por eso de entre los restos del antiguo templo ha empezado a surgir, apartando el sumario de ruinas, la nueva obra que contemplamos, cuya iniciativa correspondió al malogrado  sacerdote doctor Marcos Hernández, así como está reservada al infatigable doctor Mendoza, la gloria de su feliz terminación”.

Finalmente, terminar la reconstrucción le correspondió al sacerdote Daniel Jordán, quien optó por introducir algunas reformas arquitectónicas modernas que concluyeron con su elevación a la categoría de catedral.

Durante el tiempo que el padre Mendoza estuvo al frente de la iglesia de San José fueron muchos los beneficios para la ciudad toda vez que el sacerdote llegó a ser el eje político, dentro de la más severa virtud y honestidad, aunque muchas veces su apostolado le creó una atmósfera de oposición que a la postre le generó su remoción del cargo y al igual que su antecesor y luego a su sucesor, coincidencialmente fueron remitidos como castigo a la población de Chinácota. ¿Por qué habrá sido?

Redacción

Gerardo Raynaud D.

gerard.raynaud@gmail.com

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