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Fue aprobada una ley, mediante la cual se aprobaba la construcción de “un hermoso paseo” a la entrada sur de la ciudad.
Viernes, 29 de Abril de 2016

Comenzando el decenio de los año sesenta, las administraciones locales, regionales y nacionales, se dieron a la tarea de promover proyectos de infraestructura que mejoraran la calidad de vida de los habitantes de todo el país, sin mayores distingos, salvo aquellos en los que intervenían los congresistas de las distintas regiones, buscando para ellos las mejores tajadas o mayor mermelada, como es la expresión de hoy.

Alguno de nuestros parlamentarios gestionó y fue aprobada una ley, mediante la cual se aprobaba la construcción de “un hermoso paseo” a la entrada sur de la ciudad, entre el sector de Los Vados y Pinar del Río.

Sin embargo, avanzados los primeros meses del año, esta ley no había tenido fiel cumplimiento y los trabajos avanzaban a paso de tortuga, no obstante el tramo en cuestión formaba parte de la carretera a Pamplona. A este tramo de la carretera se le había bautizado en la ley mencionada con el nombre de Avenida Juana Rangel de Cuéllar y en su diseño preliminar era una vía en doble sentido con un separador central arborizado con palmeras, que debían ser suministradas por la Sociedad de Mejoras Públicas.

A pesar de los buenos ánimos que siempre atendían los miembros de la Sociedad de Mejoras, en los últimos tiempos se habían desmotivado debido al constante robo de las palmas que venían sembrando, sobre las demás nuevas vías, como la recientemente inaugurada Diagonal Santander o los casquitos de la Avenida de los Nuevos Fundadores o Reconstructores, la que posteriormente sería la hoy conocida como Avenida Libertadores.

Por tales motivos, se había presentado a las autoridades departamentales la propuesta de que esta carretera, desde Pinar del Rio hasta La Garita, que pertenecía al municipio de Villa del Rosario, fuera incorporada al municipio de Cúcuta, pues además, haría parte de la nueva parroquia de San Rafael que estaba a punto de decretarse por parte de la Diócesis de Cúcuta y que las Empresas Municipales de Cúcuta, podría prestarle un mejor servicio,  incluyendo al grupo de caballería de Los Patios.

Al parecer, la propuesta no pasó el filtro establecido por la Asamblea Departamental y el proyecto se quedó en veremos y la tal Avenida Juana Rangel de Cuéllar nunca se construyó.

Por los lados de la cultura, el sitio preferido de los intelectuales y de algunos profesionales adictos a los libros y en general a la lectura, era la magnífica librería Zig Zag  del historiador Luis Gabriel Castro, que para los entendidos, era indudablemente la que más se preocupaba por traer las mejores obras, ya por la clase de ediciones, como por sus autores.

Por ese tiempo acababa de desempacar la serie de “Obras Eternas”, unos bellos y lujosamente encuadernados ejemplares en finísima piel, con láminas en colores y blanco y negro de la Editorial Aguilar de Madrid, España, así como otros volúmenes no menos importantes de obras clásicas de la Editorial Sopena, también española. En cuanto a las publicaciones periódicas, estaban de moda, dos en particular.

La primera de ellas de reciente lanzamiento en el país y en español, era la Gran Revista Visión, publicada en Estados Unidos pero de aparición simultanea en todas las grandes capitales y principales ciudades de Latinoamérica.

Esta revista tenía una clara orientación económica, política y social y en ella se divulgaban los principios americanos de la libertad y del capitalismo, particularmente,  se publicaban artículos de los principales pensadores americanos, incluidos los latinos, quienes defendían los preceptos del capitalismo. Posteriormente y a su salida de la presidencia de la república, Alberto Lleras Camargo sería su director.

Igualmente, se había lanzado otra nueva publicación de cubrimiento continental pero de divulgación técnica y científica llamada “Para Todos”. La revista, de 84 páginas traía un amplio y surtido contenido en temas de carpintería, mecánica, electricidad, ebanistería, decoración, arquitectura, construcción, caza y pesca, fotografía, entretenimiento y curiosidades; es como decían entonces, “una revista como para poner a trabajar, en la misma casa, a tanto desocupado que anda para arriba y para abajo en la calle, en la holgazanería más grande, sin ganarse el pan de cada día.” La revista sólo costaba noventa centavos y se promocionaba especialmente entre los alumnos de la Escuela Industrial, los más interesados en sus artículos.

A principios de este año, tal como sucedía en años anteriores, la Junta Central de Títulos Farmacéuticos había autorizado la presentación de los exámenes para ejercer la profesión de Farmaceuta, pruebas que serían practicadas por un Tribunal integrado por tres profesores de la Facultad de Farmacia de la Universidad Nacional, conformado por los doctores  Ramón Mendoza Daza, Eduardo Calderón y Alirio Góngora; como secretario actuó el doctor Hernando Cuello, farmacéutico de la misma facultad.

Los aspirantes se afiliaban previamente a la Asociación Nacional de Farmacéuticos, después de acreditar por lo menos dos años de experiencia. Este tribunal se reunía una vez al año, rotándose la sede en cada oportunidad y ponía a  prueba los conocimientos que en términos de farmacia tenían los aspirantes, no sólo del país sino de otros países vecinos.

La Asociación Nacional de Farmacéuticos, contrataba con algunos profesores de las facultades de farmacia que existían en el país para que dictaran charlas, conferencias y realizaran talleres sobre los temas preponderantes en el arte de la farmacopea, toda vez que en muchos casos los medicamentos debían ser preparados y las recetas de los médicos, traían las indicaciones para ello.

En esta ocasión, muchos viejos conocidos presentaron y aprobaron los exámenes, obteniendo el ansiado “cartón” de farmaceuta, los señores Guillermo Ayala, Ramón Uribe, Rafael Moreno quien ya había abierto su Droguería La Gran Colombia y que requería del título para poder ejercer con propiedad su ahora nueva profesión, Carlos Luis Casanova, José del Carmen Morantes, Humberto Ramírez, Víctor Manuel Ardila, Francisco A. Lázaro, Ciro Alfonso Leal, Antonio José Ramírez, Belisario Laguado y la única dama que se atrevió a presentarlos Reinalda viuda de Navarro, quien había quedado a la cabeza de botica de su esposo tras su fallecimiento.

Este título, que se les concedía a quienes atendían las farmacias o boticas como se llamaban las droguerías de hoy, equivale al actual de Regente en Farmacia.  Los químicos farmacéuticos eran los profesionales graduados en las universidades y estaban orientados a la fabricación y elaboración científica de medicinas y demás componentes, tanto para humanos como para animales.

Gerardo Raynaud D.| gerard.raynaud@gmail.com

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