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EE.UU., Europa y América latina, en un momento de cambio
Los estadounidenses han avanzado en sus derechos de forma lenta y dolorosa, y ahora ven cómo se esfuman con el actual gobierno.
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Sábado, 28 de Diciembre de 2019

No es desconocido que estamos viviendo un momento de convulsión a nivel global. Las diversos protestas que se dan en Europa y América Latina deberían hacernos pensar que estamos en lo que muchos intelectuales y opinólogos denominan un ‘cambio de ciclo’. 

Nada más lejos de la realidad. Es importante olvidarnos de la idea de ‘cambios de ciclo’ o ‘cambios de dinámicas’ a nivel global y centrarnos más en los procesos internos de cada nación y, sobre todo, mirar su poder de agencia. Este hecho provoca que Estados similares sufran procesos similares, pero normalmente, no suelen terminar de la misma forma. 

El problema radica en la mirada superficial que se les suele dar a los procesos políticos a nivel global. Tomemos un ejemplo actual: los procesos de cambio político después de la ola de elecciones en 2019. Muchos líderes de opinión se abrazan a la idea de crisis de las izquierdas y al ‘cambio de ciclo’, centrándose en dos o tres casos, cuando cada proceso, caso y dinámica tiene particularidades suficientemente importantes para ser analizado con entidad propia. 

Ni que decir tiene el problemático concepto de región en las relaciones internacionales, que nos ha llevado a ver zonas enteras del globo como elementos monolíticos de análisis. Ahora entenderán porque la academia occidental cree que el narcotráfico tiene efecto contagio (y no mira las causas estructurales) y funciona de la misma forma en Ciudad Juárez que en Rosario.  

Pero centrémonos en el tema que nos toca. Estamos en momentos de protesta contra varios modelos de gobierno en el mundo. En Europa es especialmente palpable, sobre todo con la acción colectiva protagonizada por los chalecos amarillos, que están rompiendo la siempre estable vida de un país como Francia. Espero vean por donde voy, porque estable, Francia, no ha lo ha sido mucho. Otra consecuencia del simplismo analítico de muchos medios de comunicación. 

Otros casos son: las protestas en España contra la reforma de las pensiones, las protestas, tanto a favor como en contra, del Brexit en el Reino Unido o las protestas mixtas respecto al gobierno de Donald Trump en Estados Unidos. 

 Donald Trump. FOTO: AFP

Evidentemente, todos estos fenómenos están unidos a las olas de protesta que se dan en América Latina en la actualidad, especialmente informadas en Chile, Colombia, Ecuador, Bolivia, Nicaragua o Venezuela. Para explicarlas es importante responder a preguntas vitales: ¿Por qué ocurre esto? ¿A que se debe la protesta social? ¿Es buena o mala? ¿La paga Putin, los Iluminati o el espíritu de Trotsky? (Ya se pueden imaginar la respuesta a la última pregunta).

La protesta social es algo inherente a la existencia de gobernantes y gobernados. En todas las épocas, con todas las diferencias existentes entre modelos de gobierno, ha habido momentos donde la población se ha saltado los cauces establecidos y ha utilizado procesos de generación de demandas políticas, sociales y económicas alternativas. Piensen en las revueltas periódicas en la Roma Imperial, los comuneros castellanos y, como no, las revoluciones liberales de la Guerra de la Independencia de Colombia. 

La gran diferencia con el modelo de Estado actual se basa en que el modelo democrático liberal las institucionaliza, las hace parte de este. John Locke, el padre del liberalismo y del actual sistema de gobierno ya justificaba la rebelión del pueblo como parte del sistema de gobierno. Es más, la utilizaba como motivación para que los gobernantes no atentaran contra los derechos del pueblo. 

Esa idea de rebeldía ha ido evolucionando hasta la actual teoría de los movimientos sociales, donde el sistema por si solo no tiene capacidad de evolucionar y la protesta social es necesaria para hacer que este se adapte a los nuevos tiempos. Por lo tanto, ¿Por qué ocurre la protesta? Por la necesidad de la población de ver reconocidos derechos percibidos como fundamentales y ante los que el sistema no está preparado para aceptarlos. 

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¿Es buena o mala? No solamente es buena, es buenísima. Una sociedad movilizada, organizada, con grandes sectores dedicados a la protesta es una sociedad que cree en su sistema político, que legitima al Estado (que no al Gobierno) y que realmente cree en su capacidad de influir en las relaciones entre gobernantes y gobernados. Normalmente, eso se hace siempre desde el eje político izquierda-derecha. La izquierda suele ser la protagonista de estos procesos por su carácter progresista y cercano al cambio y la derecha el objetivo por su carácter conservador. 

Una nota rápida sobre posiciones ideológicas: izquierda no es comunista ni derecha fascista, simplemente responden a la visión que se tiene respecto a los posibles cambios en una sociedad. El centro no existe como unidad de análisis serio. Pero eso lo dejamos para otra columna, si hay oportunidad. 

Volviendo a los casos, lo que tenemos en Francia es un descontento con derechos que el pueblo francés percibe como fundamentales, que es la inviolabilidad de su estado de bienestar. Algo similar al caso español, donde los pilares del estado son cosas que se han intentado derribar desde la derecha, sin mucho éxito. Derechos fundamentales no reconocidos demandados a través de la acción ciudadana. 

Manifestaciones en París. FOTO: AFP

El caso estadounidense es muy interesante, ya que una sociedad que ha avanzado en sus derechos de forma lenta y dolorosa ve como muchos de ellos se esfuman ante la presencia del actual gobierno. Lo que hace el presidente Trump, como muchos gobiernos actuales, es jugar sobre la percepción de que derechos son más importantes, lo que lleva a la generación de momentos de crisis donde la población, de forma artificial, cree que debe decidir entre lo malo o lo peor. 

Debates como inmigración frente a bienestar económico o derechos sociales contra laborales, son utilizados por los gobiernos para mover sus políticas. Esto es muy peligroso, ya que la única manera de eliminar un proceso de protesta social de forma garantista y estable es decirle que sí, incluirlo en el proceso político y, por definición, hacer evolucionar la relación entre gobernantes y gobernados. Repito, esto es normal, es bueno y es necesario. En el momento que no se hace, el sistema falla. Entonces aparecen elementos como la violencia destructiva y, en el caso extremo, la rebelión, con consecuencias trágicas. 

¿Cómo afectan estos procesos a América Latina? En la región nos encontramos ante disyuntivas importantes que necesitan ser tratadas de forma inmediata. El caso más grave es el colombiano, donde nos enfrentamos no solo a un cambio de relación entre gobierno y población, sino ante un cambio del propio modelo de gobierno. La única manera de llevarlo a buen puerto es aceptar los cambios e incluirlos, de forma coherente, dentro de las políticas de Estado en el país. 

En resumen, este momento de cambio es positivo, pero las reacciones de los distintos gobiernos no ayudan a solucionarlos de manera efectiva. La pregunta no es si va a haber cambio, sino cuando. Mientras no se mire de esa forma, estaremos regateando la cuenta a pagar por ese cambio. ¿La paga Putin? Desafortunadamente, no. La pagamos todos y todas.

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