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Política
Santos, el Nobel de Paz que tuvo un norte claro
Perder el plebiscito, en el que resultó desaprobado el primer acuerdo con las Farc, fue un duro momento para el presidente.
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Colprensa
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Domingo, 11 de Diciembre de 2016

“La determinación para alcanzar la paz la ha tenido desde el día cero y en los momentos de dificultad nos ha dicho a mis hijos y a mí que cuando uno tiene un norte claro y el rumbo claro allá se llegará. No importan los tiempos adversos, él sabe a dónde llegar y por eso estamos donde estamos”, dice María Clemencia Rodríguez de Santos la mujer que por más de 30 años ha acompañado a Juan Manuel Santos, presidente hace seis años y ahora Premio Nobel de Paz.

La primera dama –elegante, sofisticada y concreta con sus palabras— es, al igual que el mandatario, una persona reservada, que marca límites en lo que comenta sobre su familia, pero que sí dice que después de tanto tiempo de estar juntos, sabe cuándo el presidente tiene que estar solo. Uno de esos momentos fue en la semana del 2 de octubre, que inició con el desconcierto por los resultados del plebiscito y terminó con la sorpresa del anuncio del reconocimiento por parte de Comité Noruego.

Por eso no estuvo a su lado en un momento clave. "A las cuatro de la mañana sentí que mi teléfono vibraba y ahora, como la tecnología cambia permanente, los WhatsApp salen de inmediato en la pantalla –cuenta sobre la madrugada del pasado 7 de octubre, día del anuncio del Nobel—, lo cogí y vi. Por supuesto, me levanté de inmediato a llamar a Juan Manuel y regresé a Bogotá lo más pronto posible".

"Esa había sido una semana un poco difícil”, señala en su oficina en la Casa de Nariño, donde predominan las fotos de sus hijos y de su esposo. Lleva una blusa blanca holgada, con pantalón y zapatos negros, que la hacen ver tranquila sin perder su conocida elegancia.

“No –corrige su primera versión, como cualquiera esperaría—, un poco no, bastante difícil, una semana llena de sorpresas, llena de desconciertos, llena de dolor. ¡Pero bueno!, la vida está llena de adversidades y hay que saber sortearlas”.

La primera dama no estaba con el presidente el día del anuncio del Nobel, tampoco sus hijos. “Sencillamente había ido a la finca, que es un lugar que me genera paz y tranquilidad. Había resuelto irme ese jueves a buscar un poco de ese espacio y permitirle además a Juan Manuel espacios para él de reflexión y de trabajo, porque en esos momentos de crisis lo que hace es reflexionar y trabajar”.

Claro que la coyuntura fue compleja. El mandatario jamás contempló como posible la pérdida del plebiscito que decidió hacer para refrendar los acuerdos. A Santos, conocido por ser un fanático y gran jugador de póker –pese a que ya no tiene mucho tiempo para demostrar esta habilidad en la mesa, aunque sí en su ejercicio político—, le habían salido mal sus cartas aunque tenía las mayorías políticas y el apoyo de la mitad de los colombianos que participaron en el plebiscito. La diferencia que marcó el triunfo del ‘No’ fue de 60 mil votos, suficiente para lograr cerca del 50,2 % de la votación, mientras que el Sí se quedó con cerca 49,7 %.

De todos los años del proceso, lo dice el mismo negociador Humberto de La Calle, ver esos resultados en el plebiscito fue lo más difícil. Pero también fue la oportunidad para ver la compostura que siempre tiene Juan Manuel Santos. “Sin duda ese fue un momento muy difícil, porque nadie estaba preparado para eso, ni siquiera los voceros del ‘No’, ellos fueron los primeros sorprendidos. Pero él, tiene sangre fría”.

“En los momentos difíciles –ratifica María Clemencia Rodríguez— lo que nos ha demostrado a mis hijos, a mí y al país es su serenidad. Nunca pierde la cordura, por más mal momento que esté pasando; eso ha sido algo muy importante en mi familia porque, por ejemplo, ese domingo 2 de octubre estábamos derrumbados –no le puedo decir nada diferente— y Juan Manuel absolutamente sereno, controlado y diciendo: ‘Bueno, hay esta dificultad, pero vamos a seguir adelante’”.

Así como les dijo, lo hizo. Tras el 2 de octubre y en medio de la gran división que se generó en el país, se abrió un diálogo que finalizó con la recolección de más de 400 propuestas, que terminaron resumiéndose en 57 ítems de modificación para los acuerdos firmados con las Farc. Lo que siguió de ahí en adelante ha ocurrido en tiempo récord.

El presidente convocó la renegociación con la guerrilla y logró sacarla adelante, atendiendo 56 de los 57 ítem planteados, aunque el texto final sigue siendo criticado por los promotores del ‘No’. Luego determinó que se hiciera la refrendación del nuevo acuerdo en el Congreso de la República y así fue.

Vino después una discusión sobre cuándo ocurriría el Día D -que determinaba el inicio del cronograma de dejación de armas por parte de las Farc-, ante la cual Santos aprovechó un discurso público y lo fijó en el jueves 1 de diciembre. Lo último que decidió fue esperar la decisión de la Corte sobre el procedimiento legislativo abreviado para la implementación, pedido que renovó desde Oslo.

Cada una de esas decisiones tomadas en apenas un par de meses ratificaron la definición que de él da la mayoría de quienes lo conocen cerca: además de ser ese hábil jugador de póker, es una persona pragmática.

El demócrata

“Lo primero que destaco es que es un demócrata. En el sentido que oye, presta atención, no toma una decisión sin primero valorar distintas opiniones”, dice el jefe negociador del Gobierno en el proceso de paz con las Farc, Humberto de La Calle. Coinciden en ese concepto otras personas que han trabajado con el presidente Santos durante años.

Aunque el mandatario no tiene el carisma de otros líderes políticos, y más bien tiende a ser introvertido, sí escucha más que el promedio de dirigentes. Pero esa mezcla en su personalidad, sería causa de que sus detractores y muchos colombianos no crean en sus ejercicios democráticos.

También, tal vez por esa curiosa simbiosis, llegan momentos en que su ánimo demócrata y la costumbre de escuchar consejos chocan con la necesidad de tener un mejor reconocimiento.

Y eso lo lleva a cometer errores, incluso el más grave de todos, el del fracaso en el plebiscito. El caso le pasó con el excanciller israelí y experto en conflictos, Shlomo Ben Ami. Como su principal asesor internacional en el proceso de paz, Ben Ami le repitió hasta el cansancio que la historia ha demostrado que los plebiscitos no son buenos y que “las que más fácilmente los han ganado son las dictaduras”. Pero Santos no le hizo caso, con los resultados ya recordados.

A su asesor sí lo atendió siempre sobre los tres pasos que le recomendó para un proceso de paz con las Farc. De hecho, los siguió al pie de la letra.

Primero debía diezmar al enemigo. Sobre este punto Santos ha realzado muchas veces en sus discursos el trabajo que hicieron, como presidentes, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, quienes asumieron, respectivamente, la modernización de las Fuerzas Armadas y la lucha frontal contra las Farc.

Y con ambos trabajó, como ministro de Hacienda del primero y particularmente cerca del segundo, como ministro de Defensa. Esa pareja logró dar los más duros golpes al grupo insurgente. Desde ese Ministerio Santos ordenó, por ejemplo, el bombardeo que provocó la muerte de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, causando una crisis diplomática con ese país.

Ese antecedente demuestra, dice el profesor de la Universidad del Rosario Mauricio Jaramillo, que el presidente no tiene problema para discutir con alguien y luego buscar el diálogo para volverlo “su mejor amigo”. Es un mandatario que no está ligado a ideologías, sino que hace lo que hay que hacer. De nuevo, un pragmático.

Lo que devuelve al trazado del proceso de paz: el segundo consejo que siguió de Ben Ami fue cambiar el entorno geográfico político. Santos se volvió “el mejor amigo” de Venezuela y de Ecuador, países que fueron mediadores importantes para lograr el proceso de paz y cuyas nuevas buenas relaciones colaboraron en reducir los espacios políticos y logísticos de la guerrilla.

Y el último consejo atendido a su asesor israelí fue sobre liderazgo: aprovechar las oportunidades y la capacidad para sacar algo bueno de lo malo. Sobre ese punto no existe mejor ejemplo que lo que hizo Santos tras el plebiscito.

Y si de oportunidades se trata, el presidente no es alguien que las deje pasar. Menos si se trata de trabajar con personas que considera claves para cierta coyuntura o momentos específicos. Como político fue escalando desde su familia liberal y periodista (dueña por casi un siglo de El Tiempo) a trabajar en todos los gobiernos desde 1990. Y luego, ya como presidente, no ha dejado ir a ministros como la canciller, María Ángela Holguín, o el de Salud, Alejandro Gaviria, ni le quitó el título de jefe negociador del proceso de paz a Humberto de La Calle. Cada uno de ellos, en los momentos de crisis, ha puesto a disposición su cargo, pero siempre han recibido un respaldo como respuesta.

De La Calle, por verle ese talante, no duda en decir que pasará a la historia: “Ha tenido mucho valor la sola decisión de comenzar este proceso (...) Sostengo que pasadas estas turbulencias de momento, el presidente Santos, antes de cinco años, va a ser una figura histórica para Colombia”.

Sólo los imbéciles no cambian de opinión

Juan Manuel Santos tiene 65 años, es lector de biografías, de las que recuerda especialmente la de Winston Churchill –primer ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, periodista y gran estadista-. Fue ministro de Defensa, de Hacienda y de Comercio Exterior, cargos que por su visibilidad le ayudaron a llegar a la Presidencia.

A su primer mandato lo hizo de la mano del presidente Álvaro Uribe, pero al ejercer su cargo no siguió sus mismas líneas, lo que los llevó a una relación de opositores. Al segundo mandato llegó con la única consigna de alcanzar la paz.

Estudió Economía y Administración de Empresas en la Universidad de Kansas (EE. UU.), realizó cursos de posgrado en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres y en la Universidad de Harvard, en la Escuela Fletcher de Leyes y Diplomacia.

Durante su vida política los amigos y contradictores han cambiado de lado o él mismo lo ha hecho, según la situación. Por ejemplo, hoy en su gabinete hay representantes de partidos críticos a sus políticas: Alianza Verde y el Polo Democrático.

De este último, el partido más lejano ideológicamente a Santos, es la ministra de Trabajo Clara López Obregón, quien se le unió por el proceso de paz, que reconoce como una ‘quijotada’ y que la llevó a olvidarse de que una vez dijo que nunca sería parte de su gabinete. “Lo importante fue haber llevado a los sectores del establecimiento y a la derecha institucional de Colombia a hacer causa común para sacar adelante ese proyecto, vital para cualquier pueblo, pero mucho más para el colombiano, que ha estado 52 años en guerra”, dice ella.

Ese tipo de apoyos diversos le ha resultado trascendental, pues popularidad siempre ha sido baja, algunas veces hasta el punto de la angustia.

Según de La Calle, eso hace parte de los riesgos que ha corrido con el proceso de paz y es lo que da muestra de la valentía que tiene el mandatario: “Afrontar momentos de impopularidad implica una valentía personal. Creo que él sabe que tiene que desafiar la popularidad en beneficio de lo que le conviene a Colombia y ese es el tipo de disyuntiva que corresponde a un jefe de Estado”.

En ese camino ha aplicado a rajatabla una frase fuerte que dijo alguna vez: "Solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias".

No molestar al próximo, su promesa

La primera dama sigue en su oficina. Días antes del Premio Nobel muchos medios de comunicación la buscaron, para conocer un poco más de su marido, y ella los atendió, por unos minutos a cada uno, haciendo pausas para jugar con un cachorro que acaba de entrar a la familia, junto a Pepita, Julio y Nicanor, sus perros.

Antes de su siguiente pausa afirma que el sacrificio más grande que han hecho para llegar a donde están es entrar al escenario público. “No me cabe la menor duda”.

“Hemos tenido momentos difíciles con mis hijos. La gente en Colombia no tiene filtro y cree que la responsabilidad de todo lo que sucede en un país recae en la familia presidencial; eso no es así, somos tan seres humanos como cualquiera de las personas que nos han agredido o nos han insultado, que han dicho mentiras. Pero en mi casa prima que somos una familia comprometida con un país, somos una familia impecable, honesta y trabajadora”.

El presidente está próximo a terminar su mandato. Tras su gobierno, con el Nobel se espera que viaje por el mundo contando la experiencia de Colombia –como lo han hecho otros reconocidos con esa mención— y que cumpla lo que ha dicho que quiere hacer una vez salga del Gobierno: no molestar al siguiente presidente.

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