Desde que se entra a Bochalema se escucha el arrullo de las cascadas. Sus empinadas calles conducen siempre a las quebradas que forman piscinas naturales donde el turista puede zambullirse y contemplar el esplendor de la naturaleza.
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Sin embargo, la primera parada obligada es debajo del gigantesco árbol de samán, en pleno centro, donde muchos se resguardan del sol o se citan simplemente para hablar, tomarse fotografías o degustar un manjar.
Andar unas cuatro largas cuadras y después de contemplar la arquitectura de algunas casas, lo llevan a la entrada del sendero ecológico Aguablanca. Es enigmático ese ‘portón’ donde se anuncia la bienvenida, porque pareciera un callejón donde continuaran más viviendas. Pero no. Allí se tropieza uno con un angosto camino, al comienzo revestido de cemento, y luego de piedras firmes, algunas tapadas por las secas hojas que caen de los gigantescos árboles.
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A medida que se avanza se siente lo empinado de la montaña. El aire falta muchas veces, pero no hay forma de resistirse a continuar por ese sendero donde se respira aire puro.
A la derecha o a la izquierda va bajando agua con una turbulencia que tropieza con gigantes piedras y rompen el silencio de ‘la selva’ que contrasta con la sinfonía de los pájaros.
Cualquiera lo puede orientar para empezar a explorar, de a pie, las riquezas que ofrece la naturaleza después de dejar atrás el corazón de Bochalema, ese pueblo lleno de historia.
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Algunos llegan para quedarse en la primera quebrada, en plan familiar, cocinar con leña y pasarse el día sin sobresaltos.
Simplemente buscan cambiar de clima, sacudir un poco los calores que por estas semanas se han vuelto más intensos.
Se mira atrás para infundirse ánimo, como si se estuviera en una competencia. La meta es la cascada grande, llamada ‘La Peronía, esa que toca, prácticamente el cielo, donde todos quieren recibir las caricias o masajes de sus chorros.
Los turistas llegan a cuenta gotas, sin tanto tropel, porque buscan practicar el senderismo. Muchos vienen de Cúcuta, de Pamplona, de Chinácota y hasta suben los del mismo Bochalema.
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Los que conocen el sitio animan para que nadie se detenga o devuelva. Contemplar las variedades de árboles es sentirse en un jardín infinito. Las diversas formas de hojas y las gamas del verde se pueden apreciar en ese sendero demarcado por la misma naturaleza.
Subir y subir, cada vez más. Grandes piedras lo invitan a sentarse y las quebradas, de lado y lado, a bañarse. Las aguas son cristalinas y se almacenan entre rocas formando piscinas naturales. Para llegar a cada una se han hecho escalones que evitan resbalarse.
Después de unos 40 minutos de caminata, con ropa cómoda y zapatos de tela, se llega a la cúspide y la admiración es total. Un verdadero paraíso que el hombre aún no ha llegado alterar. El ímpetu de las olas de la cascada salpica a los visitantes, invitándolos a dejarse seducir por esa maravilla natural. Llegar hasta allá solo requiere de ganas porque el acceso al sendero ecológico es libre. Muchos lo han corroborado. No hay guías porque el mismo camino los conduce.
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La tranquilidad es envidiable. Algunos dejan sus carros en la plaza. Pero Bochalema ofrece además el avistamiento de aves y antes de ingresar al pueblo puede disfrutar de aguas termales en El Raizón o Chiracoca.
Y tienen programado para el 8 de septiembre el Festival de Silleteros en honor a la virgen de La Cueva, patrona del turístico municipio.
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